La Pedagogía es una Ciencia Social. Eso quiere decir dos cosas:
En primer lugar, que la Pedagogía no es una ciencia exacta y, por ende, no funciona como la gravedad. Si yo sostengo un objeto en el aire aquí en España y lo suelto, caerá al suelo, pues será atraído por la fuerza de la gravedad terrestre; y esto mismo ocurrirá si repito la acción en China, en Noruega, en Afganistán o en Chile. Sin embargo, un mismo planteamiento pedagógico no tiene por qué funcionar igual en un país que en otro, ya que cada nación, o pueblo, o comunidad, tiene su cultura.
En segundo término, hemos de dejar claro que quienes nos dedicamos a la educación y la enseñanza, trabajamos con personas. Y las personas son todas distintas, con sus vidas, sus experiencias, sus ideas...; ergo, una metodología docente puede llegarle de distinta forma a Fulanito, a Pepita, a Menganito y a Anita.
Entonces, no podemos pretender que, como muchos y muchas docentes parece ser que desean con ansia, se nos dé la razón a todas horas, ni que nuestra palabra sea ley; toda autoridad.
Nos podemos equivocar, reconozcámoslo. Parece que a ciertos maestros y a ciertas maestras les molesta, les hiere en su orgullo o algo por el estilo, el tener que admitir esto. Pero es así: nos podemos equivocar y hacer, por supuesto, las cosas mal.
Que hayamos estudiado, 3, 4, 5, 6 años... no nos da un poder mágico otorgado por divinidades ancestrales y que nos lleva a estar en posesión de la verdad absoluta.
Puede ocurrir, perfectamente, que cuando un padre o una madre habla con nosotros/as, esté en lo cierto y resulte que nos hayamos equivocado; puede ser que no vayamos por buen camino en nuestra forma de llevar a cabo nuestro proceso de aprendizaje-enseñanza con su hija o hijo, y que la culpa no esté en que esa criatura, "que no quiere dar un palo al agua o es más tonta que Abundio", sino que estamos haciendo las cosas mal. Perfectamente, puede darse el caso de que ese padre o esa madre no es una persona tarada, rancia, tiquismiquis, retrógrada, pesada... que quiere venir a darnos la lata con sus quejas, sino que el problema reside en nosotras y nosotros, que tenemos la cabeza cuadrada, nos hemos instalado en la Pedagogía del Confort, y no queremos dar nuestro brazo a torcer, lo cual nos lleva a un bucle sin salida que perpetúa nuestra mala praxis.
Abramos los ojos y calmémonos. Nosotros y nosotras, como docentes, no debemos andar con egolatría y creer que somos la crème de la crème. Debemos tener humildad y darnos cuenta de que el único ente importante en este proceso educativo es nuestro alumnado. Nosotras y nosotros tan solo somos una pieza más de su aprendizaje. Pero nada más que eso. No creo que haya que revalorizar la profesión docente ni que se nos vea como salvadores/as del Universo.
En nuestros discentes ha de estar la atención y la clave del proceso educativo. Nuestra función radica, simplemente, en poner a su disposición las condiciones necesarias para que puedan sortear con éxito los obstáculos.
Y todo lo demás, sobre la autoridad, la importancia, la omnipotencia y la omnisciencia del profesorado... no son más que meras pamplinas.
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