miércoles, 28 de septiembre de 2011

Elogia a tus hijos/as por su esfuerzo.

Ser Filosofista, del blog Ser Filosofista, me ha pasado por correo un artículo muy interesante en el que se indica que es mejor elogiara los niños y las niñas por el esfuerza que realizan, y no tanto por su inteligencia. Muchas gracias, Ser Filosofista.

Os dejo con el artículo:

"Carol Dweck, psicóloga de Stanford, ha dedicado años a demostrar que uno de los elementos fundamentales de la educación satisfactoria es la capacidad de aprender de los errores (1). Sin embargo, acostumbramos a enseñar justo lo contrario. Enseñamos que si un niño comete errores, es que no es muy listo. El listo no comete errores, y además le elogiamos precisamente por ello, por ser listo. Pocas personas son las que elogian a los demás por su esfuerzo, y no por su capacidad innata.

Dweck realizó un experimento con más de 400 niños de doce escuelas de Nueva York: les sometía a una prueba muy fácil consistente en un puzzle no verbal. Una vez terminado, el experimentador decía la nota al niño, seguida de una frase de elogio. La mitad de los niños eran elogiados por su inteligencia; la otra mitad, por su esfuerzo.

A continuación, se les permitía escoger entre dos pruebas diferentes. La primera opción se describía como una serie de puzzles más difíciles, pero se decía a los niños que si lo intentaban, aprenderían mucho. La otra opción era un test fácil, parecido al que ya habían hecho.


Al idear el experimento, Dweck había imaginado que las distintas formas de elogio tendrían un efecto más bien moderado. Al fin y al cabo, era sólo una frase. Sin embargo, pronto quedó claro que el tipo de cumplido que se hacía a los alumnos de quinto grado influía espectacularmente en su posterior elección de las pruebas. Del grupo de niños felicitados por su esfuerzo, el 99 % escogió el conjunto de puzles difíciles. Por su parte, la mayoría de los chicos elogiados por su inteligencia se decidieron por el test más fácil.Cuando elogiamos la inteligencia de un niño, en realidad le estamos transmitiendo el mensaje: sé listo, no te arriesgues a cometer errores.

Los siguientes experimentos de Dweck también sugieren que este miedo al fracaso también inhibe el aprendizaje. Con el mismo grupo de grupo de niños se les sometió a otra prueba, en esta ocasión muy difícil, para comprobar cómo respondían al desafío. Los que hubieron sido elogiados por su esfuerzo en la primera prueba, trabajaron con denuedo para resolver el problema, implicándose con gran entusiasmo. Sin embargo, los niños alabados por su inteligencia se desanimaron enseguida, porque consideraban sus inevitables errores como señales de fracaso: quizá, en el fondo, pensaban, no eran tan listos.

La serie final de pruebas presentaba el mismo nivel de dificultad que la primera. En todo caso, los alumnos elogiados por su esfuerzo mostraron una mejora significativa: aumentaron su puntuación media un 30 %. Como esos niños estaban dispuestos a aceptar retos (aunque al principio ello significara fallar), acabaron rindiendo a un nivel muy superior. Este resultado era aún más digno de admiración al hacer la comparación con los alumnos que habían sido asignados al azar al grupo de los “listos”: sus puntuaciones bajaron una media de casi el 20 %. Para los niños “listos”, la experiencia del fracaso había sido tan desalentadora que en realidad experimentaron un retroceso".


Nota:

(1) - Les adjunto una entrada que hice, por si les interesa, relacionada con enseñar a equivocarse.

sábado, 24 de septiembre de 2011

El método socrático.

Sócrates (469-399 a. C) es considerado el padre de la filosofía. Frente a los sofistas, quienes se consideraban como maestros sabios, y que se preocupaban fundamentalmente por los temas científicos, Sócrates reivindicó la búsqueda de la verdad, pero ya no tanto sobre la realidad externa, el mundo, sino más bien sobre los valores humanos: lo que era o no justo, lo bueno y lo malo, etc.
A Sócrates le preocupa el ser humano desde todas sus perspectivas; en especial como sujeto moral. Y esta moral, para él, implica:

- Conocerse a uno/a mismo/a.
- Saber qué es bueno y qué es malo.
- Dirigir las acciones humanas al bien.

Es decir, hay que tratar de alcanzar la perfección.

Por ende, para él, el ser humano es un ser imperfecto que necesita aprender, mejorar, buscar la perfección. No es, a diferencia de cómo se consideraban los sofistas, un ser sabio que todo lo conoce. Sócrates decía "Sólo sé que no sé nada".

Y en base a la renovación y a la búsqueda de la verdad, Sócrates constituye un método basado principalmente en la dialéctica, el diálogo, la interactuación entre el maestro o la maestra y su discípulo/a; lo que trae consigo la comunicación docente (no necesariamente institucionalizada), la apertura del maestro o la maestra a sus educandos, las preguntas y respuestas como partes del diálogo, la suscitación de nuevos temas...

Las fases principales del método socrático, en el siguiente orden, son:

-La exhortación: Consiste en persuadir al interlocutor o la interlocutora para buscar la verdad. Por tanto, consiste en motivar al alumnado y hacer que se interese por el tema.

Recuerdo que una vez tuve un profesor de física y química que siempre comenzaba las clases con un experimento. Una vez cogió un cubo de gua y una cucharilla que llenó de sodio puro. Antes de introducir el sodio en el agua, nos preguntó "¿Qué pensáis que sucederá? ¿Se disolverá? ¿Saldrán burbujas?". Luego echó el sodio en el agua y salió una pequeña llama de él. "Oh. ¿Qué ha sucedido? -nos preguntó-. ¿Alguien lo sabe? ¿No? ¿Queréis que os lo explique y luego hacemos más experimentos?".

Este profesor era alucinante (y además este experimento lo hizo bien. Me acuerdo que hubo un día en que le salió mal y acabó echando tanta cantidad de sodio que quemó el techo y tuvo que coger un extintor, jajajaja).

- Después tenemos la indagación: Se refiere a la investigación, a la búsqueda de la verdad. La indagación se divide en dos fases:

-- La ironía, o acción de interrogar para salir de la ignorancia. Ésta fase me encanta. Siempre que explico unos ejercicios u otra cosa, hago preguntas que van guiando al niño o la niña. No me gusta eso de dar las respuestas y que éste/a lo va. Prefiero orientarle y que él/ella dé con la solución. Con esto, no solamente aprende, bajo mi punto de vista, mejor, sino que, además, al ser él o ella quien ha encontrado la respuesta por su propia cuenta, he notado que se siente más motivado/a. He tenido ocasiones en las que el niño o la niña, al encontrar la respuesta al ejercicio, dice: "Me ha salido", y se alegra. Sin embargo, cuando me encuentro en una situación en la que no soy capaz de hacer esto y me veo obligado a explicarlo de forma normal y a hacer yo el ejercicio, los/as niños/as suelen exclamar "Ah, ya lo entiendo. Gracias". La verdad, me gusta más cuando se sienten ellos/as dueños/as de su propio aprendizaje (Nota: Esto es lo que me ha sucedido a mí. No tiene por qué ser algo genérico).

Un ejemplo sería el siguiente: 

Si mis niños/as ven un elefante en un dibujo y me preguntan por él, en vez de responder directamente, les pregunto yo:

-¿Eso es un animal o qué es?
-Un animal, responden.
-¿Y dónde podemos buscar información de los animales?
-Me señalan un libro de animales que hay en la estantería.
-Vamos a buscar.

Sacamos el libro, buscamos y accedemos a la información; entonces empezamos a leer y les explico. Y de paso, mientras van buscando, se topan en el libro con animales nuevos que también les llaman la atención, y con una pregunta sobre los animales, acabamos viendo jirafas, monos, los elefantes, etc.

También se podría emplear un juego que me enseñó Euphorbia, del blog Euphorbia splendens, que empecé a poner en práctica los últimos días antes de irme del centro de prácticas, y que es muy divertido. Se trata de hacer definiciones por turnos. Se preguntan mutuamente "¿Qué es tal cosa?", y cuando le toca al niño o la niña responder, tiene que organizar su respuesta, para lo cual ha de pensar y buscar la información.

-- Por último, la mayéutica. Es la acción de "dar a luz"; "hacer nacer una verdad". Sócrates opinaba que tenemos un alma que proviene del mundo de las ideas. Allí el alma lo conoce todo, pero al venir a la Tierra lo olvida. La mayéutica consiste en hacer aflorar esos recuerdos olvidados. Consiste dar a luz el conocimiento que el alma almacena en su interior. Yo no tengo esas creencias del mundo de las ideas que tenía Sócrates, pero sí opino que, tal y como decía Plutarco, "la mente no es un vaso para llenar, sino una lámpara para encender". Hacer nacer una idea, en vez de introducirla en la mente, me parece lo óptimo, pues con ello se permite un pensamiento crítico, razonado, flexible, nacido del niño o la niña; y no una idea proveniente de la memorización y el adoctrinamiento.

El método socrático es un método que adoro, dado que me permite seguir plenamente mis ideas pedagógicas a la hora de encontrarme con el alumnado. Me permite ser un guía, más que un instructor. Me permite que las clases sean dinámicas, abiertas, participativas tanto por mi parte como por parte de los/as discentes. Me permite, en definitiva, hacer clases más divertidas, y no acabar dando esos sermones aburridos en los que el profesorado habla mientras el alumnado calla y traga.

Aquí les dejo, por si les interesa,  el link del libro Menón, de Platón, en el que Sócrates tiene una conversación con Menón, y emplea su método para indagar sobre la vitud: http://proyectotelemaco.wikispaces.com/file/view/Menon.pdf

jueves, 15 de septiembre de 2011

Todos/as somos egoístas.

Sinceramente, opino que todas las personas del mundo somos, sin excepción alguna, egoístas, y que, por lo tanto, todo lo que hagamos, siempre, siempre, será para nuestro propio beneficio. Ahora bien, conviene que dicte los dos tipos de egoísmo que distingo:

-Egoísmo negativo: Es aquel a lo que denominamos como egoísmo, y consiste en, según el diccinario, un excesivo amor o aprecio que tiene una persona por sí misma, y que le hace atender desmedidamente a su propio interés, sin preocuparse de las demás personas.

-Egoísmo positivo: Considero que surge el egoísmo positivo cuando buscamos realizar un bien a otra persona. Esto es lo que se le denomina altruismo. Pero, ¿por qué lo denomino egoísmo positivo en vez de altruismo? Por la siguiente razón:

Por que todo bien que hacemos a otra persona, en mayor o menor medida, consciente o inconscientemente, de un modo u otro, y aunque parezca mentira, nos supone algún beneficio.

Por muy mal que lo pasemos haciendo algún bien a otra persona (aunque tal acción nos lleve a la muerte), realmente tal situación era lo que más nos convenía o lo que más deseábamos, porque de no haber actuado así, posteriormente nos sentiríamos mal con nosotros/as mismos/as, nos arrepentiríamos y no nos lo podríamos perdonar. Realmente cuando somos altruistas, es porque nos sentimos mejor con nosotros/as; porque de un modo u otro, aunque sólo sea de una manera moral, interna, psíquica, inconsciente, espiritual (como se desee llamar), llevar a cabo esa acción nos reconforta.

Opino que debemos ser conscientes, por lo menos, de que no podemos reprochar siempre y desmedidamente a las demás personas ser egoístas. ¿Por qué? Porque cuando alguien te dice "eres un/a egoísta", realmente te lo está diciendo por puro egoísmo. Esa persona no quiere que seamos egogístas con ella, porque lo que desea lo quiere para sí misma. Cuando alguien te llama egoísta, lo que quiere decir es "No pienses en ti. Piensa en mí".

¡Ojo! Con esto no alego que el mundo deba ser negativamente egoísta. Pienso, sin duda alguna, que lo mejor es aprender a ayudarnos y a compartir; es decir, a ser positivamente egoístas. Pero no olvidar, en primer lugar, que cuando enseñamos el, a mi entender, mal llamado altruismo, lo hacemos por egoísmo, y en segundo término, que jamás llegaremos a ser verdaderamente altruistas (¿Cómo podemos llegar a amar al cien por cien a otra persona si en primer lugar no nos apreciamos a nosotros/as?).

Creo, sinceramente, que la clave está en la fórmula que dejó Jesús de Nazaret:

Amar al prójimo como a ti mismo.

Para mí la clave está en esta expresión, gracias al como. Si amas a alguien como a ti mismo/a, significa que no te amas por encima de toda persona, pero al mismo tiempo tampoco te amas por debajo. No te pones ni en una posición de superioridad ni en una posición de inferioridad. Si amamos a alguien como a nosotros/as mismo/as, será un amor en condiciones de igualdad. Con lo cual, somos egoístas porque nos amamos, pero al mismo tiempo somos altruistas porque también amamos a las demás personas. En resumen, acabamos siendo egoístas de un modo positivo... Hacemos el bien a las demás personas, al mismo tiempo que también nos lo hacemos a nosotros/as.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Yo no me considero superior a mis alumnos/as.

A lo largo de la vida, e incluso actualmente, mucha gente ha concebido y concibe la relación educador/a - educando como una relación de jerarquías, en donde quien educa se encuentra por encima de la persona que es educada. Y, sobretodo, dicha relación se establece a raíz de la autoridad; una autoridad adquirida gracias al poder que se le otorga a los/as educadores/as sobre sus educandos, en la cual se lleva a cabo la voluntad inamovible e incuestionable de quienes educan.

Pero yo no concibo dicha relación como una relación de poder, como una jerarquía en la que una parte domina sobre la otra. Yo veo la relación entre un/a docente y sus discentes como una relación entre iguales; entre dos personas que comparten parte de su mundo, de su vida, de sus intereses, de sus ideas... de sí mismas.

Yo no soy un genio frente a un/a imbécil. Somos, simplemente, dos personas con experiencias diferentes. Y esta es mi única ventaja: que yo tengo, se supone, más experiencia que mis niños/as, y por ende, se supone que soy yo quien puede enseñarles y educarles a ellos/as. Es por ese motivo por el cual nos centramos en ellos/as, por lo que nos fijamos en "su problemática". Una vez que ellos/as hayan adquirido esa experiencia, no habrá diferencia. 

Yo sé sumar, restar, dividir, multiplicar, leer, escribir... y muchas cosas más. A los niños y las niñas que accedan a mí sin conocer tales cosas, tendré que enseñarles. Pero, una vez que les haya enseñado, una vez que conozcan... ¿qué diferencia hay entre ellos/as y yo? Una vez que ellos/as hayan adquirido la experiencia necesaria, podrán sumar, restar, dividir, multiplicar, leer, escribir, etc, igual que yo; y, por qué no, puede que lleguen a hacerlo incluso mejor.

Y es justamente porque se considera que el o la discente siempre aprende y que el o la docente siempre enseña, el motivo por el cual se considera superior/a a quien enseña y educa. Pero una advertencia: considerar esto es un error. ¿Por qué? Fácil: Porque el/la docente también aprende enseñando, y el/la discente también enseña durante el proceso de su educación y formación.

Yo, mientras enseño, aprendo cuáles son mis errores, aprendo a mejorarme a mí mismo, aprendo a perfeccionar mi práctica docente, aprendo a conocer mejor a los niños y las niñas... Aprendo, en definitiva, muchas cosas de mis alumnos/as. Por ende, soy profesor y aprendiz al mismo tiempo. Mis alumnos/as, por su parte, mientras aprenden, me enseñan todo cuanto logro aprender con ellos/as y de ellos/as.

Y por todo ello, no me gusta ejercer una autoridad disciplinaria y dictatorial sobre ellos/as. A mí me gusta que mi autoridad sea lograda mediante la admiración, por prestigio

Si ahora mismo usted está leyendo esta entrada es porque quiere. Nada ni nadie le obliga (al menos, eso espero). Lo hará porque le gusta leer lo que escribo, porque le parece útil, porque lo considera interesante, o quizá porque escribo cosas tan patéticas que le causa gracia leerme. No sé cuál es el motivo que le incita a leer esta entrada o a seguir mi blog, pero desde luego, imagino, no es el miedo ni una causa externa lo que les lleva a ello. Si esto fuese una clase, se podría decir que tengo una cierta autoridad. Mas ésta sería una autoridad lograda no por la fuerza sino porque consideran que seguirla les aporta algo, porque considerarían que tengo algo que puedo mostrarles y que les sería útil.

Y así es como me gustaría que fuese siempre: que cuando alguien quiera aprender de mí, sea porque le gusta, por amor al conocimiento, y no porque soy su profesor y tiene que obedecerme.

De hecho, si algún día tengo algún hijo o alguna hija, no le enseñaré que debe amarme porque soy su padre y me debe respeto (relación por sangre), sino que le enseñaré que si me ama, deberá hacerlo por lo que significo para él/ella, por cómo le trate, por cómo soy (relación afectiva).

Concluyendo:

Entonces, en la relación entre un/a educador/a y sus educandos, en una relación que es simbiótica, en una relación en la que ambas partes aportan y reciben experiencia, en una relación en la cual ambas partes se enriquecen y crecen, en una relación en la que la única diferencia radica en la diferencia de experiencia adquirida, ¿por qué considerar a una parte superior a la otra?

No. Definitivamente, no me considero superior a mis alumnos/as.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...