martes, 22 de enero de 2013

¿Quién protege a los niños y las niñas queer?

Hace unos días, Basta de sexismo pasó un texto de Beatriz Preciado (1) por Facebook. Como merece bastante la pena leerlo, aquí lo dejo:

"Los católicos, judíos y musulmanes integristas, los copeístas (2) desinhibidos, los psicoanalistas edípicos, los socialistas naturalistas à la Jospin, los izquierdistas heteronormativos y el rebaño creciente de los modernos reaccionarios estuvieron de acuerdo este domingo en hacer del derecho del niño a tener un padre y una madre el argumento central que justifica la limitación de los derechos de los homosexuales. Se trató de su día de salida, la gigantesca salida del clóset de los heterócratas. Ellos defienden una ideología naturalista y religiosa de la que se conocen los principios. Su hegemonía heterosexual ha reposado siempre sobre el derecho de oprimir a las minorías sexuales y de género. Se tiene la costumbre de verlos blandir una hacha. Lo que es problemático, es que fuerzan a los niños a portar ese hacha patriarcal.

El niño que Frigide Barjot (3) asegura proteger no existe. Los defensores de la infancia y la familia hacen llamado de la familia política de un niños que ellos construyen, un hijo presupuesto heterosexual y bajo la norma del género. Un niño que privan de toda fuerza de resistencia, de toda posibilidad de hacer un uso libre y colectivo de su cuerpo, sus órganos y sus fluidos sexuales. Esta niñez que ellos aseguran proteger exige el terror, la opresión y la muerte.

Frigide Barjot, su musa, aprovecha que es imposible para un niño rebelarse políticamente contra el discurso de los adultos: el niño es siempre un cuerpo a quien no se reconoce el derecho de gobernar. Permítanme inventar, retrospectivamente, una escena de enunciación, de hacer un derecho de réplica en nombre del niño gobernado que fui, de defender otra forma de gobierno de los niños que no son como los otros.

Alguna vez fui el niño que Frigide Barjot se enorgullece de proteger. Y me sublevo hoy en nombre de los niños que estos discursos falaces esperan preservar. ¿Quién defiende los derechos del niño diferente? ¿Los derechos del chico pequeño que ama vestir de rosa? ¿De la chica pequeña que sueña con casarse con su mejor amiga? ¿Los derechos del niño queer, maricón, tortillera, transexual o transgénero? ¿Quién defiende los derechos del niño para cambiar de género si lo deseara? ¿Los derechos del niño a la libre autodeterminación de género y sexualidad? ¿Quién defiende los derechos del niño a crecer en un mundo sin violencia sexual ni de género?

El discurso omnipresente de Frigide Barjot y de los protectores de los “derechos del niño a tener un padre y una madre” me hacen volver al lenguaje del nacional catolicismo de mi infancia. Nací en la España franquista, en la cual crecí con una familia heterosexual católica de derecha. Una familia ejemplar, que los copeístas podrían erigir como emblema de virtud moral. Tuve un padre, y una madre. Cumplieron escrupulosamente su función de garantes domésticos del orden heterosexual.

En el discurso francés actual contra el matrimonio y la Procreación Médicamente Asistida (PMA) para todos, reconozco las ideas y los argumentos de mi padre. En la intimidad del hogar familiar, desplegaba un silogismo que invocaba la naturaleza y la ley moral con el fin de justificar la exclusión, violencia e incluso asesinato de los homosexuales, travestis y transexuales. Comenzaba por “un hombre debe ser un hombre y una mujer una mujer, así como Dios lo ha querido”, continuaba por “lo que es natural, es la unión de un hombre y una mujer, es por esto que los homosexuales son estériles”, hasta la conclusión, implacable, “si mi hijo es homosexual prefiero matarlo”. Y ese hijo, era yo.

El niño a proteger de Frigide Barjot es el efecto de un dispositivo pedagógico temible, el lugar de proyección de todos los fantasmas, la coartada que permite al adulto naturalizar la norma. La biopolítica es vivípara y pedófila. La reproducción nacional depende de ello. El niño es un artefacto biopolítico garante de la normalización del adulto. La policía del género vigila la cuna de los vivientes por nacer, para transformarlos en niños heterosexuales. La norma realiza su ronda alrededor de los cuerpos tiernos. Si tú no eres heterosexual, es la muerte quien te espera. La policía del género exige cualidades diferentes del pequeño chico y la pequeña chica. Da forma a los cuerpos a fin de dibujar órganos sexuales complementarios. Prepara la reproducción, desde la escuela al Parlamento, industrializándola. El niño que Frigide Barjot desea proteger es la creatura de una máquina despótica: un copeísta empequeñecido que hace campaña para la muerte en nombre de la protección de la vida.

Recuerdo el día en el que, en mi escuela de monjas, las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús, la madre Pilar nos pidió dibujar a nuestra futura familia. Tenía 7 años. Me dibujé casada con mi mejor amiga Marta, tres niños y varios perros y gatas. Había ya imaginado una utopía sexual, en la cual existía el matrimonio para todos, la adopción, la PMA... Algunos días después, la escuela envió una carta a casa, aconsejando a mis padres llevarme a ver a un psiquiatra, a fin de arreglar lo antes posible un problema de identificación sexual. Numerosas represalias siguieron a esta visita. El desprecio y rechazo de mi padre, la vergüenza y culpabilidad de mi madre. En la escuela, se extendió el rumor de que yo era lesbiana. Una mani de copeístas y frigide-barjotianos se organizaba cotidianamente delante de mi clase. “Sal tortillera, decían, se te violará para que aprendas a besar como Dios lo quiere.” Tenía un padre y una madre, pero fueron incapaces de protegerme de la depresión, la exclusión, la violencia.

Lo que protegían mi padre y mi madre, no eran mis derechos de niño, sino las normas sexuales y de género que se habían ellos mismos inculcado en el dolor, a través de un sistema educativo y social que castigaba toda forma de disidencia con la amenaza, la intimidación, el castigo, y la muerte. Tenía un padre y una madre, pero ninguno de los dos pudo proteger mi derecho a la libre autodeterminación de género y sexualidad.

Huí de este padre y esta madre que Frigide Barjot exige para mí, mi supervivencia dependía de ello. Así, aunque tuve un padre y una madre, la ideología de la diferencia sexual y la heterosexualidad normativa me los has había confiscado. Mi padre fue reducido al rol de representante represivo de la ley del género. Mi madre fue privada de todo lo que habría podido ir más allá de su función de útero, de reproductora de la norma sexual. La ideología de Frigide Barjot (que se articulaba entonces con el franquismo nacional católico) ha desollado al niño que yo era del derecho de tener un padre y una madre que habrían podido amarme, y cuidar de mí.

Nos llevó mucho tiempo, conflictos y heridas superar esta violencia. Cuando el gobierno socialista de Zapatero propuso, en 2005, la ley del matrimonio homosexual en España, mis padres, siempre católicos practicantes de derecho, se manifestaron a favor de esta ley. Votaron a favor del partido socialista por primera vez en su vida. No se manifestaron únicamente en favor de defender mis derechos, sino también de reivindicar su propio derecho a ser padre y madre de un niño no-heterosexual. Para el derecho a la paternidad de todos los niños, independientemente de su género, su sexo o su orientación sexual. Mi madre me contó que tuvo que convencer a mi padre, más reacio. Me dijo “nosotros también, nosotros tenemos el derecho de ser tus padres”.

Los manifestantes del 13 de enero no defendieron el derecho de los niños. Defienden el poder de educar a los hijos en la norma sexual y de género, como supuestos heterosexuales. Desfilan para mantener el derecho de discriminar, castigar y corregir toda forma de disidencia o desviación, pero también para recordar a los padres de hijos no-heterosexuales que su deber es tener vergüenza por ellos, rechazarlos y corregirlos. Nosotros defendemos el derecho de los niños a no ser educados exclusivamente como fuerza de trabajo y reproducción. Defendemos el derecho de los niños a no ser considerados como futuros productores de esperma y futuros úteros. Defendemos el derecho de los niños a ser subjetividades políticas irreductibles a una identidad de género, sexo o raza".



Notas:

(1)- Beatriz Preciado es feminista e impulsora de la Teoría Queer.

(2)- Copeísta: Que sigue a Jean-François Copé, secretario general de la Union pour un Mouvement Populaire (Unión por un Movimiento Popular), una coalición de derecha, de la que forma parte Sarkozy.

(3)-  Frigide Barjot es el pseudónimo de Virginie Tellenne, una humorista francesa que ha formado el Collectif pour l'humanité durable (Colectivo por la humanidad sostenible), mediante el cual pretende luchar contra el matrimonio homosexual en Francia, contra la facilidad de acceso a la IVE, contra el principio de laicidad...

jueves, 17 de enero de 2013

La violencia contra infantes aún está aceptada.

Es mucho lo que se ha avanzado en temática paidocentrista en nuestras sociedades. Hemos logrado sensibilizarnos ante el adultismo o adultocentrismo, y ponernos en contra de que un padre pueda dar pena de muerte a su hijo/a como castigo, en contra de que una madre pueda mandar a su criatura a trabajar a una fábrica o de que el profesorado tenga permiso para destrozar las llemas de los dedos de su alumnado con una regla. También vemos mal que en el mundo siga habiendo explotación, venta y maltrato infantil (en teoría); además de que somos muchas las personas que promovemos una pedagogía libertaria, paidocentrista, reflexiva, crítica, laica, no sexista, inclusiva, intercultural, llena de amor y libre de conductismo, libre de castigos físicos y libre de irresponsabildad paterna, materna y social. 

De hecho, aunque no sirve de mucho pero al menos ayuda a sensibilizar y a cambiar la mentalidad contra el abuso de los derechos de niños y niñas, tenemos un día, el 20 de noviembre, en el cual se celebra en todo el mundo el Día Universal de la Infancia, además de disponer de una Convención sobre los Derechos del Niño.

Pero a pesar de todo esto, todavía hoy día sigue aceptándose en nuestras sociedades, desde un plano más inconsciente, la violencia contra los niños y las niñas.

Para reflejar esto, nada mejor que daros paso con un texto sobre "Una bofetada a tiempo", del pediatra Carlos González:

"Jaime se considera un buen esposo y un padre tolerante, pero hay cosas que le hacen perder los estribos. Sonia tiene un carácter difícil, nunca obedece y encima es respondona. Se «olvida» de hacerse la cama, aunque se lo recuerdes veinte veces. Es caprichosa con la comida; las cosas que no le gustan, ni las prueba. Cuando le apagas la tele, la vuelve a encender sin siquiera mirarte. Te coge dinero del monedero, ni siquiera se molesta en pedirlo por favor. Interrumpe constantemente las conversaciones. Cuando se enfada (lo que ocurre con frecuencia), se pone a llorar y se va corriendo a su habitación dando un portazo. A veces se encierra en el cuarto de baño; en esos momentos, ningún razonamiento consigue tranquilizarla. De hecho, una vez hubo que abrir la puerta del baño a patadas. Pero lo que realmente saca a Jaime de quicio es que le falte al respeto. Anoche, por ejemplo, Sonia cogió unos papeles del escritorio para dibujar algo. «Te he dicho que no cojas los papeles del escritorio sin pedir permiso», le dijo Jaime. «¿Pero qué te has creído? ¡Yo cojo los papeles que me da la gana!», respondió Sonia. Jaime le pegó un bofetón, gritando: «¡No me hables así. Pide perdón ahora mismo!»; pero Sonia, lejos de reconocer su falta, le plantó cara con todo desparpajo: «¡Pide perdón tú!» Jaime le volvió a dar un bofetón, y entonces ella le gritó: «¡Capullo!» y salió corriendo. Jaime tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para contenerse y no seguirla. En estos casos es mejor calmarse y contar lentamente hasta diez. Por supuesto, Sonia estará castigada en casa todo el fin de semana.

Hasta aquí la historia. Supongamos ahora que Sonia tiene siete años y Jaime es su padre. Y usted, ¿qué opina? ¿No es éste uno de esos casos en que a cualquiera «se le iría la mano»? ¿No sirvió esta bofetada para descargar la atmósfera, como tan bien decía el Dr. Spock? ¿Qué pueden hacer en un caso así esos fanáticos que prohibieron por ley las bofetadas? ¿Van a denunciar a este padre ante los tribunales por pegar un bofetón a una niña que, por cierto, se lo tenía bien merecido? ¿No es mejor dejar que estos problemas se resuelvan en el ámbito familiar sin intervenciones externas? Tal vez incluso esté usted pensando que una niña nunca habría llegado a ser tan desobediente y respondona si le hubieran dado una buena bofetada hace tiempo. Esta situación parece típica de niños malcriados por padres permisivos que no saben establecer límites claros, que no imponen la necesaria disciplina: lo que hoy está permitido, mañana provoca una respuesta desmesurada, con el resultado de que el niño está confuso y es desgraciado.

¿Y si yo le dijera, amable lector, que Sonia tiene en realidad diecisiete años y que Jaime es su padre? ¿Cambia eso algo? Repase la historia a la luz de este nuevo dato. ¿Le parece tal vez que es demasiado grande para pegarle, para apagarle la tele o para hacerle pedir permiso antes de coger una simple hoja de papel? ¿Le parece adecuado que un padre abra a patadas la puerta del baño donde está su hija de diecisiete años? ¿Empieza tal vez a sospechar que se trata de un padre obsesivo, tiránico y violento, y que la respuesta de su hija es lógica y comprensible?

Y si es así, ¿por qué esta diferencia? Reflexione unos momentos sobre los criterios que ha usado para juzgar a este padre y a esta hija. ¿Están los niños pequeños más obligados que los adolescentes a respetar las cosas de los mayores, a recordar y cumplir las órdenes, a obedecer sonrientes y sin rechistar, a hablar con amabilidad y respeto aunque por dentro estén enfadados, a mantener la calma y no llorar ni dar escenas? ¿Son más perjudiciales los gritos y los golpes para el adolescente que para el niño pequeño? No son ésos los criterios que sigue la Justicia con los menores de edad. Antes bien, cuanto más pequeño es el niño, menos responsable le consideran los jueces y menor es el castigo (si es que existe algún castigo). ¿Quién tiene razón: el Estado «intervencionista», que no considera al niño responsable de sus actos, o el padre «justo y sabio», que corrige a su retoño cuando aún está tierno? Quizá, en vez de asistentes sociales, educadores, tribunales de menores y reformatorios, sería mejor abrir cárceles de máxima seguridad y restablecer la tortura para los delincuentes juveniles.

Pero todavía queda una posibilidad aún más inquietante. ¿Y si yo le digo ahora que Sonia tiene veintisiete años y que Jaime es su marido? (No, no estoy haciendo trampa. Vuelva a leer la historia: en ningún momento había escrito que Sonia fuera la hija.) ¿Le parece normal que un marido le apague la tele a su esposa «porque ya ha visto suficiente», que le ordene hacerse la cama, que la obligue a comérselo todo, que le prohiba coger un papel o que le pegue un bofetón? ¿Sigue pensando que Jaime es un buen marido, pero que el carácter difícil de Sonia le hace perder a veces los estribos? ¿Acaso no es un derecho y un deber de cualquier marido corregir a su esposa y moldear su carácter, recurriendo si es preciso al castigo («quien bien te quiere, te hará llorar»)? ¿Acaso no juró ella, ante Dios y ante los hombres, respetar y obedecer a su marido? ¿Ha de intervenir el Estado en un asunto estrictamente privado?

¿Por qué al leer por vez primera la historia de Jaime y Sonia pensó usted que Sonia era una niña? Pues precisamente porque Jaime le gritaba y le pegaba. Inconscientemente, usted ha pensado: «Si la trata así, debe de ser su hija. » No se nos ocurre que se pueda tratar así a un adulto, lo mismo que al leer las palabras «ataque racista» en un titular, no se nos ocurre pensar que las víctimas puedan ser suecas.

La violencia nos parece más aceptable cuando la víctima es un niño; cuanto más pequeño, mejor" (1).

De hecho, si mañana en el supermercado más próximo de vuestra casa una persona adulta comienza a pegar a otra también adulta, no tardarán en separarles o al menos en llamar a la policía y que el asunto acabe en un Juzgado.

Sin emgargo, frente a casos de bullying (acoso escolar), siempre puede saltar el típico o la típica docente con la estúpida expresión de "pero si sólo son cosas de niños", e incluso si una madre o un padre abofetea varias veces en la calle a su criatura porque ha abierto la bolsa de patatas fritas sin permiso y ha empezado a comérselas, nadie dirá nada, además de que probablemente alguien que pase por allí pensará que "esas bofetadas le vendrán muy pero que muy bien".

Así que no, no me vengan con el cuento de que la violencia contra infantes está siempre mal vista y penalizada, porque aún queda mucho por hacer al respecto. La violencia física, a menos que se emplee en situaciones de riesgo como la de tener que salvar la propia vida, debería estar mal vista siempre, la lleve a cabo quien la lleve a cabo, y la padezca quien la padezca.



Fuente:

(1)- González, C. (2006). Bésame mucho: Cómo criar a tus hijos con amor. Barcelona: Temas de hoy.

sábado, 12 de enero de 2013

La educación sexista a raíz de las interpretaciones. O sobre cómo el sexismo llama al sexismo.


Hay ocasiones en las que los chicos y las chicas, o determinados chicos y determinadas chicas, muestran comportamientos idénticos, pero sin embargo las personas de su alrededor tienden a interpretar los hechos de un modo diferente, lo que lleva posteriormente a tomar, además, medidas y decisiones también distintas. Y eso, indudablemente, conforma un mecanismo más por el cual se acaba llevando a cabo una educación sexista.

Ejemplo 1:

Ana y Cristian tenían tres años cuando les conocí, e iban a la misma clase de parvulitos. A veces, tanto él como ella, lloraban, y lo hacían más o menos con la misma frecuencia. Dada su corta edad, es normal que de llorasen, pero su maestra no daba el mismo valor ni la misma importancia al llanto del uno como de la otra.

Cuando lloraba Cristian, ella interpretaba que estaba enfadado, mientras que cuando era Ana quien lo hacía, la maestra interpretaba el llanto como una muestra de tristeza o sufrimiento. Y la diferente interpretación, por supuesto, llevaba a que la reacción de la maestra también fuese distinta frente llanto de Ana y el de Cristian. Cuando lo hacía Cristian, exclamaba: “¡Ya está llorando otra vez este niño! ¡Pero qué pesado y qué manipulador! A ver, dime, ¿por qué te enfadas ahora?”, y le regañaba o seguidamente le hacía el vacío. Sin embargo, cuando lo hacía Ana, ella exclamaba: “¡Oh, pobrecita! A ver, cariño mío, ven aquí. ¿Por qué lloras? ¿Estás triste? ¿Te has hecho pupa?”, y procuraba consolarla o ayudarla con su problema.

Además, la actitud de esta maestra no sólo abarcaba a más niños y niñas, sino que lo que era sorprendente: también podía observarse la creencia de que Ana y Cristian lloraban por razones o intenciones diferentes en otras maestras.

Esto muestra un ejemplo de cómo cuando un niño y una niña actúan igual, las diferencias que se observan no son reales, sino añadidas por nuestras propias creencias e interpretaciones (lo cual, probablemente, pueda explicar que en ocasiones un estereotipo se aplica a ambos sexos. Por ejemplo, yo he escuchado que “las niñas lloran más porque son más sensibles”, que “los niños lloran más porque son más manipuladores” y que “las niñas son más manipuladoras porque son más débiles físicamente”.  ¿En qué quedamos?).

Lo que está claro es que los niños y las niñas son, simplemente, niños y niñas, y como tales que son, lloran. Saber por qué lloran y cómo actuamos ante su llanto, sólo depende de quienes cuidamos de ellos/as; y lo más sensato y humano, a mi parecer, es siempre sensibilizarse ante sus llantos, escucharles, permanecer a su lado y no tratarles como idiotas, lloricas, plastas o controladores/as.



Ejemplo 2:

Javier y Elena son dos personas que pertenecen a familias diferentes, pero coinciden en una cosa: sus hijos tienen un ritmo y un estilo de aprendizaje diferente que el de la mayoría de sus compañeros y compañeras de clase, por lo que les cuesta un poco más estudiar.

Tanto él como ella se sientan todas las tardes y todas las noches con sus hijos para ayudarles con los deberes y avanzar en la materia, porque no quieren que se pierdan en clase. Así pues, como se preocupan, apenas les dejan tiempo para jugar y les tienen trabajando todo el tiempo que pueden.

Con ello han conseguido que sus hijos vayan por delante del resto de su clase, pero hacen que acaben siempre muy agotados y cansados por no disponer apenas tiempo para divertirse.

En la escuela, los maestros y las maestras conocen la actitud de Javier y de Elena, pero sobre cada uno comentan una cosa diferente: sobre él dicen que es demasiado estricto, que se pasa muchísimo y que piensa que debería dejar a su hijo un poco más de espacio para jugar; y sobre ella, hablan muy bien, están muy contentos/as y la ven como una súper madre dedicada y preocupadísima por su hijo.

Como consecuencia, al final acaban regañando a Javier y pidiéndole que, por favor, baje el ritmo y la presión, que deje que su hijo salga a jugar con otros chicos y otras chicas del barrio o que le apunte a pintura, pues le gusta mucho. A Elena, por el contrario, la aplauden, le dan las gracias, la sonríen, la animan a que siga así, le dicen que su hijo va genial en la escuela y que les ha caído un ángel del cielo con ella.

Al final, Javier ha cedido, además de que ya no se ve a sí mismo como un padre dedicado, sino casi como un ogro, y su hijo, aunque ha bajado un poco en su rendimiento escolar, ya no se muestra tan agobiado y está aprendiendo a dibujar, además de haber hecho un grupo de amigos/as. El hijo de Elena, por el contrario, aunque académicamente hablando va mejor que el hijo de Javier, cada vez ve más alargado el tiempo de estudio en casa, se siente muy agobiado y no disfruta ninguna tarde.

Y es que ocurre que como nos meten en la cabeza que los hombres son más brutos e insensibles, y las mujeres, más tiernas, en ocasiones se acaba interpretando que cuando un padre y una madre presentan dureza e inflexibilidad ante sus hijos/as, el padre lo hace por autoridad, y la madre por amor, esfuerzo y dedicación, tras lo cual muchos padres acaban cediendo al completo y dejando toda la tarea a sus parejas, “porque ellas lo hacen mejor”.


Ejemplo 3: 

Manuel y Estrella son una pareja que tiene una hija. Tanto él como ella trabajan fuera del hogar, por desgracia y a causa del sistema capitalista en el que vivimos, muchas horas, y tanto él como ella, cuando llegan a casa, ocupan por igual todo el tiempo que pueden en cuidar y atender a su hija.

Sin embargo, los vecinos y las vecinas no hablan igual de Estrella y de Manuel. Sobre ella caen muchos reproches y muchos comentarios negativos: “Tanto trabajar, tanto trabajar… ¿Por qué no te dedicas más a tu hija? ¡Vergüenza debería darte! ¡Seguro que ni diste la teta!”. Y en definitiva, todo el mundo la ve como una madre egoísta y despreocupada.

Pero, ¡ay cuando se trata de Manuel! Sobre él… ¡Sobre él todo son maravillas! “¡Es un padrazo! ¡Cómo me gustaría tener un hombre como él al lado! ¡Qué grandes esfuerzos hace el pobre por estar con su hija cuando llega del trabajo!”.

Es decir, la gente está tan acostumbrada a que los varones tiendan a no implicarse en la crianza de los hijos y las hijas, que cuando mueven un simple dedo, todo el mundo le da aplausos y sonrisas, como si se hubiesen tomado una excedencia o hubiesen reducido su jornada. 

Por el contrario, de la madre que no se pasa 24 horas durante 365 días al año junto a su niño o su niña, hasta que cumple los 200 años, queda casi como una especie de terrorista que busca que la criatura acabe en las drogas y en el alcohol.

Obviamente, no voy a negar que lo apropiado sería que tanto padres como madres se implicasen en la crianza con tiempo y calidad; pero me parece descabellado que se vea como un padrazo a un hombre que rechazó el permiso por paternidad con la excusa de que “mi hijo/a es asunto de mi pareja” y que simplemente lleva a su hijo/a al parque los domingos, o que se le eche la bronca, en lugar de al sistema, a una mujer por tratar de sobrevivir y vivir en el mundo (por cierto, ¿nadie se da cuenta de que en nuestra sociedad, trabajar fuera del hogar implica también una preocupación por los hijos y las hijas, pues el dinero no sale de debajo de las piedras?).

Y es que esta interpretación también lleva a que los varones se esfuercen menos en la crianza que las mujeres, y a que ellas se sientan más presionadas, en tanto que ellos con poco que hagan ya son la crème de la crème, y ellas unas completas ineptas que deben alcanzar, a toda costa, el modelo de la madre perfecta.


Ejemplo 4: 

Mario y Sara pertenecen al mismo grupo de amigos y amigas, y tanto a él como a ella les gusta mucho comer. Cuando se sientan en la mesa, aunque la comida que hay en ella sea para todo el mundo, tanto él como ella tienden a comer más y en las mismas proporciones.

Un día, el grupo de amigos y amigas se enfada con Sara. 

-Ey, Sara, ¡que la comida es para todo el mundo, no sólo para ti! -le dicen-. Tienes que procurar relajarte un poco más y no comer con tanta ansia. Tranquilízate y deja que el resto siga su ritmo y pueda comer igual que tú.

-Es cierto -responde ella-. Y lo mismo deberíamos decir de Mario-. Él también se pasa un poco...

-¡Ay, Sara! Es que él es un chico. Él necesita comer más.

Pues sí, señores y señoras, alguna vez me he topado con esta situación en alguna cena con amigos y amigas. Una amiga y un amigo comían más que el resto del grupo, con más velocidad, y a veces quienes vamos más despacito, nos quedábamos sin probar bocado de algún plato. ¿Y a quién echaron la bronca? A ella, porque se interpretaba que ella era la que comía con más ansia, cuando ligeramente comía siempre menos que él. Así pues, ella tuvo que acabar controlándose en las comidas mientras que él seguía dejándonos sin trozo algúno a los/as demás. Después de una circunstancia similar, seguramente alguien, al vernos, acabaría deduciendo, equivocadamente, "que las chicas comen menos que los chicos y por lo tanto a ellas hay que prepararles platos con menos cantidad de comida".

En conclusión, podemos afirmar que en numerosas ocasiones no sólo es la tendencia a reproducir los estereotipos lo que nos lleva a proporcionar una educación diferente a niños y a niñas, y por consiguiente, a generar las diferencias, sino que los mitos también nos llevan a ver diferencias allí donde no las hay, lo cual, nos hace generar actitudes diferentes. Es decir, a raíz de la neutralidad, también damos lugar al sexismo. Por ello se puede decir que el sexismo llama al sexismo.

miércoles, 9 de enero de 2013

Alicia, Luis y su historia... ¿de amor?

Alicia era una chica de 19 años que mantenía una feliz relación de pareja con Luis, su novio. Bueno, no sé si ella era feliz realmente o no en aquella relación, pero ella así lo aseguraba.

Y es que Luis era el chico perfecto. Guapo, alto, atento con ella, gracioso, protector... Bueno, no sé si él era el chico perfecto, pero ella así le parecía.

Dado que tenía mucho tiempo libre, Luis iba a recogerla todos los días a la salida del Instituto. Estaba junto a ella todo el tiempo que podía y le hacía regalos de vez en cuando.

Pero Luis también se enfadaba si ella quería ir a un concierto de música, que a él no le gustaba, con su grupo de amigos y amigas. E incluso debaja de dirigirle la palabra, si ella quería irse con sus compañeros y compañeras de clase a una excursión de esas en las que tienes que dormir fuera de casa.

- No es por ti, Alicia -decía Luis, con tono de preocupación-, es por los chicos que irán al concierto. Allí irán heavies, y esa gente querrá meterte mano o pedirte salir. En serio, confío en ti, pero no confío en ellos.

Luis era listo. El truco de "confío en ti pero no en ellos" le suponía un magnífico truco para meterle miedo a Alicia e intentar salirse con la suya, sin parecer el chico malo. Emitiendo un prejuicio contra los chicos que escuchan heavy metal (olvidaba la existencia del lesbianismo, pues al decir "ellos", daba por sentado que una chica jamás intentaría ligar con Alicia. ¿O quizá no olvidaba el lesbianismo pero empleaba el "ellos" como masculino genérico?), lograba hacer que Alicia desistiese de su idea de asistir al concierto, al mismo tiempo que quedaba de hombre protector que trata de salvaguardarla de una "jauría de lobos hambrientos de carne fresca".

Pero el problema no estaba en los y las hevies, que por supuesto no van cortando cabezas y realizando rituales satánicos para invocar a Lucifer, y que por supuesto, nunca han sido ni serán más peligrosos/as que un grupo de creyentes que apedrean a homosexuales, que van contra la libertad de las mujeres y que rezan y llaman a un dios diabólico que asesina, tortura y envía sufrimiento a sus hijos e hijas. Para nada. El probelma único y verdadero se hallaba en el propio Luis, quien era inseguro y necesitaba rebajar las cualidades de las demás personas para sentirse grande ante sí mismo y ante Alicia, a fin de que ella le viese como un ser fantástico y no le abandonase. Y dicha inseguridad, obviamente, le llevaba a desconfiar de Alicia, pues si no confiaba en él mismo, ¿cómo iba a fiarse de otra persona?

Pero, por supuesto, no todo era malo en Luis. Alicia también tenía momentos muy agradables con él. Disfrutaba con las cenas románticas que tenía con él, se divertía con sus comentarios, la trataba también de manera dulce y hacían el amor de vez en cuando.

- Pero Luis te maltrata -le decía a Alicia una amiga-. Te controla y te llama cosas feas...

- ¡El no me maltrata! -protestaba ella-. ¡Él es fantástico! ¿Que tiene sus puntos negativos? Bueno, sí, ¡como todo el mundo! Simplemente, es que él es así... Además, el problema está en tu novio. ¿Acaso él va a recogerte todos los días al Instituto como el mío? ¡No! ¿Te da un toque al teléfono móvil todos los días? ¡No! Entonces, no te ama...

Él es así, una sencilla manera de justificar a las personas. Pero, ¿y si resulta que esa persona no debería ser así?

- Alicia -comentaba su amiga-, que te vengan a visitar todos los días a la salida del Instituto, que te dejen todos los días una llamada perdida al móvil o que se enfade por cómo vistes, no tiene por qué ser signo de amor. Y si lo es, te podrá estar queriendo mucho, pero no te está amando bien.

- ¡Sí lo es! -exclamaba ella-. Se pone celoso porque me ama. El tuyo sí que no te quiere. Si un chico no te cela, es que no le importas. Cuando a alguien le importas de verdad, sólo piensa en ti. Y sin embargo, ¡fíjate!, a tu novio no le molesta que salgas a cenar con otros chicos tú sola, sin él. Seguro que no le importa si esos chicos te violan...

Y es que a Alicia, tanto la sociedad como Luis le habían metido tan profundamente en la cabeza que una chica no puede ni debe ir sin un chico a su lado que la proteja, que al final había terminado por volverse insegura, dependiente y realmente vulnerable. Y lo que era peor: a esto se le sumaba que algunas de sus amigas le daban la razón y le decían que Luis demostraba su amor al "preocuparse" por su forma de vestir o por salir con otros chicos de fiesta, con lo cual acabó defendiéndose lanzando ofensivas más fuertes contra el novio de su amiga y contra ella.

- Para empezar -argumentaba su amiga-, esos chicos son mis amigos y no van a violarme. A diferencia del tuyo, mi novio no sólo confía en mí, sino que también confía en mis amigos y no los pone en juicio. Y no es que a él no le importe que me violen, es que salir a la calle todos los días con el miedo a que te hagan cierto daño porque vas sola, es similar a que hayan violado tu orgullo y tu libertad. Y para terminar, yo no soy su mundo, sino una parte de su mundo. Él tiene también vida propia y otros asuntos en qué ocuparse. ¿Insinúas que para amarme, tiene, forzosamente, que dejar de amarse a sí mismo? ¿Y si Luis te pidiese que abandones tus estudios para demostrar que le amas?

Mas un día Alicia comenzó a darse cuenta del problema que tenía encima. Por un lado, amaba a Luis; por otro, él no la trataba siempre con dignidad. Y comenzaba a sospechar de que tal vez su amiga y aquellas personas que le advertían de lo que estaba sucediendo entre ella y su pareja, probablemente tuviesen razón.

Así pues, cierta tarde habló con Luis:

- ¡Ay, cariño! Tengo que hablar contigo de una cosa.

- Dime, mi princesa, ¿qué ocurre?

<<¿Cómo puedo ser tan estúpida?>>, pensó repentinamente. <<Él me trata con ese tono tan dulce, tan suave... ¡Es imposible pensar qué él es un maltratador! Definitivamente, mis amigas, mis amigos y mis familiares, me están lavando el cerebro contra él. ¡Ellos y ellas sí que controlan!>>.

- No es nada -dijo rápidamente, pensando en contar otra cosa a diferente a lo que iba a comentarle-. Simplemente, tengo dudas de si me sienta bien o no esta mini-falda. Esta noche, cuando salgamos con tu grupo de amigos...

- Espera, espera -interrumpió Luis-. ¿Te has vestido así para salir esta noche? ¿Estás bromeando o qué? Pensaba, pensaba... que te habías vestido así por mí... ¡Para mí! Jo, Alicia, ¡qué asco me das! ¡Eres una auténtica guarra! ¿Qué pretendes, provocar a mis amigos para luego acostarte con ellos? ¡Te odio! Dices amarme, pero realmente no lo haces. Eres mi chica y sólo puedes vestirte así para mí. ¿Entiendes? Para mí y no para otros.

- ¡Oye, Luis, ya basta! Es mi cuerpo y mi vida. ¡Yo decido cómo visto! Me haces sentir fatal. Si no confías en mí...

- ¿Que te hago sentir mal? ¡Esto es el colmo! Mira, chica, ¡a mí no me hagas chantaje emocional!

Ah, la típica frase del chantaje emocional... Y es que hay mucha gente que, cuando hace daño a otra persona y ésta llora o se queja, rápidamente dice "no me hagas chantaje emocional", justamente para hacer chantaje emocional y así lograr que esa persona se calle, creyéndose ser el personaje malo de la historia.

- No, Luis, ¡no te hago chantaje emocional! Simplemente eres tú quien trata de confundirme, echándome la culpa de tus miedos e inseguridades, e insultándome si no me convierto en el tipo de chica que quieres que te sea. ¡Pero esto se acabó! ¡¡Hemos cortado!!

Luis levantó la mano para abofetearla, pero ella rápidamente le agarró por el cuello y lo apretó con todas sus fuerzas.

- ¿Lo... ves? -espetó él-. Eres... tú... la agresiva; quien... hace... daño... en esta... relación.

Muy típico. Uno o una se defiende de un ataque y ya se convierte en malo/a. ¿Será, pues, que lo correcto socialmente es agachar la cabeza, poner la otra mejilla?

- Si tan mala soy, entonces, por tu bien, lo mejor será que me marche.

Y así fue. Alicia se marchó y cortó la relación con Luis.

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Aunque el hombre de los personajes ha sido inventado, tanto Luis como Alicia existen de verdad. Los sucesos de la historia acontecieron de verdad, y aunque no deja de ser una historia que he simplificado y enlazado con palabras propias, lo cierto es que algunos comentarios dichos en los diálogos fueron realizados en su tiempo.

Y aunque Luis y Alicia cortaron, ella sigue saliendo con él como amigo, como si nada hubiese pasado, mientras que la amiga de Alicia y su novio tuvieron que abandonar el grupo; grupo que, por cierto, defendió a Luis y negó el maltrato cometido por él.

Es deprimente ver cómo alguien que ha hecho ciertas cosas puede hoy día, o en un futuro, estar haciendo y diciendo lo mismo con otra chica, y que aquella amiga de Alicia tuviese que dejar a sus amigos y amigas porque acabaron poniéndose en su contra por decir las cosas altas y claras.

Espero, al menos, que esta historia sirva para abrir los ojos a algún chico, a alguna chica o a algún grupo...

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