lunes, 28 de octubre de 2013

El trabajo-basura... para la juventud.

Hace poco, en Píkara Magazine, Beatriz Gimeno, feminista y activista por los derechos del colectivo LGTB, publicó un artículo titulado ¿Es compatible ser feminista y tener empleada doméstica?

En ella, resumiendo, habla sobre si se puede considerar o no feminista a una mujer que contrata a una criada para que se ocupe de las tareas del hogar.

En líneas generales, estoy de acuerdo con ella: la liberación de ciertas mujeres se basa en la explotación de otras tantas que son pobres y que deberán realizar una doble jornada, limpiando en la casa de la dueña y en la suya propia; los cuidados están infravalorados; una de las principales preguntas que hemos de respondernos ante este debate es quién limpia en la casa de la empleada doméstica; y, además de a las mujeres adineradas, la contratación de criadas libera a los varones, los cuales no tienen que aguantar una pelea con su pareja para ver quién limpia o si lo hacen ambas partes.

He de decir que, en mi opinión, este tipo de labores deberían estar más valoradas, en tanto que son un trabajo (bien lo haga una persona ajena a la casa, bien lo hagan quienes en ella conviven); que en lugar de contratarse asistentas del hogar, deberían repartirse las tareas, tanto como si son de limpieza, como si son de cuidado (sobre todo si son de este segundo tipo); y que me importa un pimiento si a causa de la revalorización de estos quehaceres, las mujeres de clase media tienen que aguantarse y quedarse sin poder contratar a una pobre que limpie en su casa. Decir que hay que mantener el sueldo bajo para que ellas puedan liberarse es como decir que hay que mantener el salario de cualquier empleo bajo, además de un despido libre, para que los empresarios y las empresarias se encuentran más a gusto. Aquí, o se libera todo el mundo o no se libera nadie. Que no me vengan con cuentos de que es mejor que paguen unas a costa de otras, en lugar de todas juntas. Si por mí fuese, las mujeres con poder adquisitivo, sean de clase media, sean de clase alta, serían las últimas en obtener derechos, hasta que no los tengan las pobres, o hasta que los y las pobres desaparezcan.

Si yo no voy a poder comer mañana, prefiero quitarle el pan al dueño o la dueña de una multinacional, a decidir que es mejor que yo muera para permitir que esa persona siga viviendo.

No obstante, aunque esté de acuerdo en líneas generales con la entrada de Beatriz Gimeno, no voy a negar que hay algo que me chirría bastante: la conclusión a la que llega; la cual me es total y absolutamente non grata.

¿Por qué? Por ser, para mí sin duda, una conclusión adultista (y, por ende, patriarcal).

Está claro: si te mueves dentro del mundo feminista, soltar un comentario machista, xenófobo, homofóbico, etc, queda feo. Pero como atacar a la juventud no es algo que se vea mal, es más, incluso se aplaude, si se mantiene una actitud adultocentrista (así como clasista, en este caso), no hace poner a nadie el grito en el cielo.

Y éste es el caso de la entrada de Gimeno, dado que primero nos muestra lo mal valorado que está el trabajo doméstico, luego nos cuenta lo horrible que es que haya mujeres explotadas por otras mujeres... y como no es políticamente correcto dejar la basura para las mujeres pobres (mujeres pobres adultas, ya que, por lo visto, si son jóvenes, sí pueden ser utilizadas), o para la gente extranjera, o para quienes tienen la piel negra, o para homosexuales, etc… emplea a la juventud para que carguen con ella.

Lo deja bien claro cuando dice:

"Así, en lugar de pretender revalorizarlo en la lógica del capital, sería posible entenderlo más bien como un trabajo complementario, como un trabajo que realizan jóvenes y/o estudiantes de ambos sexos para costearse gastos, por ejemplo".

Dejando a un lado que, teniendo en cuenta que actualmente se contratan a más mujeres canguro y limpiadoras que a varones, muy probablemente el sexismo no desaparezca y siga siendo una labor dominada por el sexo femenino, observamos que su lógica es ésta: <<¿Que no está bien utilizar a mujeres adultas? ¡No pasa nada! Dejemos este tipo de trabajo para los y las jóvenes. Así, como capitalistas, ricachonas y mujeres liberadas a costa de la explotación de otras personas que somos y queremos ser, podremos seguir utilizando el cuerpo y la fuerza de trabajo de quienes menos tienen, solo que ahora de paso podremos contratar a un jovencito con quien acostarnos. ¿Por qué íbamos a luchar por que estos trabajos se revaloricen y se compartan? ¡Oh, no, por favor!, que si no entonces tendremos que seguir peleándonos con nuestras parejas y correríamos el riesgo de dejar de ser unas pijas liberadas>>.

¡Ojo! Con esta entrada, con esta crítica al adultismo que Gimeno está mostrando en su conclusión, no quiero decir que esté mal contratar a jóvenes para hacer este trabajo (bueno, en realidad sí pienso que esté mal, pero porque detesto todo tipo de contratación, ya que es un signo capitalista; pero ese es otro tema). El problema no es que estudiantes puedan acudir a este tipo de trabajos para costearse algunos gastos que la Universidad, la Escuela Oficial de Idiomas, la Formación Profesional... generan. El problema estriba en que primero dice que es una basura de empleo, que está mal explotar a mujeres... y que en lugar de valorarlo, "no vaya a ser que quede centralizado por varones", mejor sería que se lo traspasásemos a jóvenes y estudiantes, que es otro sector discriminado, pero por el cual nadie le iba a echar la bronca. Y para colmo, al mismo tiempo, lo expresa como si las mujeres jóvenes no fuesen mujeres, y como si el trabajo, en lugar de un derecho personal y un deber social, fuese un regalo que se da a quienes menos tienen, en plan "no te quejes, que encima que te estoy dejando algo...". 

Pues lo siento, querida Beatriz. El adultismo es también una forma de discriminación patriarcal; y por ello no te vas a librar de una crítica, además de dejarte claro una cosa: No quiero tu basura... Así que con esas condiciones, ¡tu casa la limpias tú!, junto a quien o quienes convivas, claro está.


Nota:

Gracias a Kuxille por su colaboración en la elaboración de la presente entrada.

miércoles, 23 de octubre de 2013

¿Existe una educación feminista al 100 %? ¿Podemos actualmente coeducar?

En ocasiones leo mensajes de padres y madres comentando algo así: 

"La teoría feminista sobre que los niños y las niñas tienen comportamientos, juegos y habilidades diferentes a causa de la educación sexista que se les proporciona, no tiene ningún fundamento. Yo soy madre/padre y lo he comprobado: he tratado de coeducar a mi hijo y a mi hija y me ha sido imposible. Él siempre mostraba preferencia por los balones y los muñecos de acción; ella tendía a jugar con muñecas y cocinitas. Las diferencias deben de encontrarse en los genes".

No es poco común que cuando algo sale mal, la gente tenga tendencia, en lugar de preguntarse qué ha ocurrido y qué se puede cambiar para mejorar, a abandonar el camino seguido por completo, con el pretexto de que se tenía una idea totalmente equivocada. Sin embargo, considero que esta opción, a menos que se llegue a la conclusión de que realmente es mejor renunciar tras una profunda reflexión crítica, no es muy recomendable. Simplemente imaginaos qué hubiese ocurrido, siguiendo esta regla, si Thomas Edison, en lugar de continuar en sus intentos y mejoras, se hubiese retractado de construir la bombilla al primer fallo...

Está claro; no puede negarse: muchas veces tratamos de coeducar y no salen las cosas como queremos. Pero, ¿significa esto que debemos abandonar la coeducación?

En mi opinión, antes de concluir con una respuesta afirmativa a esta pregunta, deberíamos plantearnos dos primeras:

1- ¿Es necesario que todos los niños persigan los estereotipos socialmente considerados como femeninos, mientras que todas las niñas se guíen por los estereotipos considerados como masculinos?

2- ¿Es que acaso podemos, hoy por hoy, proporcionar una educación puramente feminista, esto es, coeducativa?

Con respecto a la primera cuestión, la respuesta parece sin duda alguna negativa. El feminismo no busca que todos los varones se guíen por los estereotipos socialmente dirigidos hacia las mujeres, ni que éstas se orienten por aquellas normas estipuladas para los varones. El feminismo busca que nada sea considerado como masculino o femenino, como labores de hombres y labores de mujeres... Por lo tanto, el fin de la coeducación o educación feminista, no reside en invertir roles y estereotipos, sino que cada criatura, ya sea niño o sea niña, crezca libre de sexismo, haciendo y estudiando lo que más le place, con absoluta libertad.

La clave no está en que ahora las chicas jueguen al fútbol mientras los chicos juegan a las cocinitas; ni que ellos estudien magisterio mientras ellas se forman en derecho; ni que ellas deban invitarles a ellos cuando van de cena, mientras que ellos han de usar tacones altos, maquillarse y estar sexualmente dispuestos cuando a ellas les dé la gana. La cuestión está en que tanto ellos como ellas puedan jugar tanto a fútbol como a las muñecas; que tanto ellos como ellas puedan dedicarse a la fontanería o a la enfermería; que tanto ellas como ellos puedan depilarse o no depilarse, maquillarse o no maquillarse, caminar sin compañía por la calle, etcétera.

Por lo tanto, cuando coeducamos y un niño juega al fútbol y además se mete a trabajar en la construcción, al mismo tiempo que una niña juega a las muñecas y además es cajera de un súper-mercado, podemos concluir que no hemos fracasado, ya que lo que están haciendo no reproduce los estereotipos de género, sino que simplemente se trata en una decisión propia totalmente libre y sin condicionamiento (libre en cuanto al factor educativo. Obviamente, hay más factores que repercuten en la decisión elegida, como por ejemplo la economía, la cual puede hacer que tanto la cajera como el albañil se dediquen a tales profesiones, cuando lo que realmente querían, era estudiar filosofía; o como por ejemplo el hecho de que la cajera hubiese deseado dedicarse a la albañilería pero ninguna empresa la contrató por ser mujer).

Si pretendemos que las chicas salgan híper-masculinizadas y los chicos híper-feminizados, obviamente podremos decir que a pesar de haberse salido de los roles socialmente atribuidos a su sexo, han crecido igualmente con  un condicionamiento y no a través de una educación no sexista.

Entender esto es importante, asimismo, para que luego no se cometan errores tales como el de pensar que una mujer que se depila no es feminista...

En cuanto a la segunda pregunta, la referida al título de la presente entrada, es decir, la que plantea si hoy por hoy podemos coeducar, en mi opinión, la respuesta parece nuevamente negativa.

El sexismo se encuentra en todos lados. Por mucho que queramos coeducar, los niños y las niñas crecerán con más niños y niñas que recibirán una educación sexista; se desarrollarán en un ambiente que les impulsará a seguir "las cosas para chicas", en caso de ser niñas, y "las cosas para chicos", en caso de ser niños; sufrirán el condicionamiento de una televisión que promueve estereotipos a cada instante; asistirán a eventos deportivos en los cuales solo adquieren importancia los hombres; verán en escaparates cómo sus juguetes están claramente diferenciados por sexo; observarán cómo muchas mujeres de su alrededor se depilan, maquillan, llevan mini-faldas..., mientras que los chicos no; probablemente les instarán a leer libros como los de la saga Crepúsculo; escucharán canciones que incitan a maltratar a las mujeres o que indican que todas son unas brujas; les leerán cuentos sexistas; etc.

Lo queramos o no, en la actualidad es sin duda alguna imposible evitar que los niños y las niñas reciban la influencia del sexismo imperante en nuestra sociedad. Y lo que es peor: además de esto, ya que todos y todas mostramos actitudes sexistas de vez en cuando, hasta las personas más concienciadas del sexismo serán incapaces de no transmitir algo de sexismo.

Por ejemplo, recuerdo que leí una vez el caso de un padre soltero que tenía un hijo y una hija, y decía coeducar porque dejaba que tanto él como ella jugasen con lo que quisiesen, pero que a la hora de la verdad insistía en que la niña jugase con aquellos juegos socialmente considerados como masculinos (incluso jugaba con ella), pero nunca apremiaba al niño a que jugase con muñecas, a las cocinitas, etc. No le regañaba si lo hacía, pero tampoco ponía tanto énfasis, como lo hacía con su hija, en que el niño se saliese de lo socialmente establecido para él. Por lo tanto, en parte quería coeducar... pero al mismo tiempo, de alguna manera, inconscientemente, no transmitía esa sensación a la criatura.

Distinto es el caso, por el contrario, de la psicóloga y el psicólogo Sandra y Daryl Bem, quienes, según explica la neurocientífica Cordelia Fine en el libro Cuestión de sexos, decidieron educar a su hijo y a su hija de forma neutral en lo referente al género, empleando dos estrategias: por un lado, procuraron reducir las asociaciones de género en el medio de sus criaturas (por ejemplo, trataban de evitar que tanto el niño como la niña supiesen qué juguete estaba asociado a un sexo u otro); y por el otro lado, fomentaban la idea de que la diferencia entre varones y mujeres radica tan solo en su anatomía y sus funciones reproductivas.

Así, el señor y la señora Bem, explican:

"Mi marido y yo adoptamos la costumbre de revisar los libros con el fin de suprimir las correlaciones vinculadas al sexo. Lo hicimos, entre otras maneras, cambiando el sexo de los protagonistas, pintando el pelo largo y la línea del pecho en ilustraciones que antes eran de camioneros, médicos, pilotos y profesiones de ese estilo; y también borrando, o alterando, las secciones de texto que describían a los hombres y las mujeres de forma estereotipada. Cuando les leíamos cuentos en voz alta, buscábamos pronombres que evitasen las ubicuas implicaciones de que todos los personajes sin trajes o lazos rosa eran necesariamente masculinos: <<¿Qué está haciendo este cerdito? Él o ella parece estar construyendo un puente>>".

A través de este breve relato, podemos divisar claramente que, por mucho que nos empeñemos, no llevamos a cabo un verdadero esfuerzo por proporcionar una educación igualitaria y no sexista a niños y niñas. En una sociedad tan estereotipada, coeducar implica tiempo y esfuerzo. Consecuentemente, pensar que coeducamos solo porque hemos dejado a nuestro hijo jugar con una muñeca o a nuestra hija con un cochecito, es no ser capaces de ver ni tan siquiera la punta del iceberg.

Así pues, por lo tanto, no solo ha de quedarnos claro que es imposible alcanzar actualmente una educación feminista al 100 %, sino que además hemos de tratar de no comernos tanto la cabeza con que los resultados obtenidos al alcanzar los chicos y las chicas la edad adulta, no sean los de haber invertido los roles de género. Al fin y al cabo, lo importante es, por un lado, que no haya una uniformidad rígida, es decir, que los roles estén más o menos repartidos entre toda la población, y por el otro, que cada cual elija sin pensar si lo que hace, dice, piensa o siente, es de mujeres o de varones, dado que se tratarán de decisiones totalmente propias y neutrales.

domingo, 6 de octubre de 2013

Sobre cómo nos condicionan para tolerar el maltrato y la violación.

En ocasiones, cuando aparece en los periódicos o en otro medio de comunicación una noticia relacionada con un maltrato o una violación, la gente se pregunta por qué esa persona no había denunciado antes, cómo es que convivió tanto tiempo con quien le agredía, qué es lo que llevó a esa persona a aguantar o a caer en tal calamidad, etc.

No son pocos los motivos que llevan a alguien a tolerar un abuso o un maltrato. Pero, en mi opinión, antes de publicar una entrada en la cual proporcione los argumentos económicos, contextuales, sociales...  que explican esto, lo más apropiado es hacer una entrada mostrando el origen de la tolerancia al maltrato y la violación; es decir, cuáles son los procesos educacionales que encauzan a un ser humano por tal camino de aguante.

Por lo tanto, la cuestión que ahora nos incumbe es: ¿dónde germina la semilla que nos condiciona para llegar a experimentar ciertas situaciones de maltrato y abuso sexual, y mantener la cabeza agachada?

La respuesta es sencilla: en la infancia.

Ya nuestros cuidadores primarios o nuestras cuidadoras primarias nos inician en este fastidioso camino del soportar la violencia. Y lo hacen por primera vez, concretamente, cuando nos sientan frente a un plato de comida y una cuchara y, con cara de desesperación, nos indican: "esta por papá; ésta por mamá; ésta por la abuelita..."; o, "por favor, cariño mío, no me hagas esto, pórtate bien y cómetelo todo".

Cuando la criatura escucha esto, el mensaje es claro: "Tú no importas, sino yo. No debes comer por ti, no debes comer porque es tu cuerpo y se trata de tu salud; has de tragarte toda la comida para mí, para complacerme, para hacerme feliz". 

Éste es, para mí, el primer abuso o tipo de violencia que nuestro cuerpo y nuestra mente sufren. Aquí es cuando surge el primer conflicto que dictamina "o tú o yo"; y en el que el niño o la niña, a pesar de disponer de mecanismos de defensa, como bien nos muestra el pediatra Carlos González en su libro Mi niño no me come, tiene las de perder. 

Y con esa primera batalla perdida, comienza el tortuoso camino que nos hace ceder control y poder sobre nuestro yo, para acabar en manos de otras personas. 

A partir de este instante, empezamos a aprender que en muchas ocasiones nuestra decisión no es importante; y que si osamos querer vencer la batalla, somos egoístas, malas personas. Y es que... ¿Cómo podemos pretender entristecer a ese ser querido que con tanto amor nos ha preparado la comida, vomitándola o no rebañando el plato? ¿Cómo podemos ser tan egoístas de querer el bien para nuestro cuerpo, negándonos a comer más, cuando nuestra barriga nos grita que no introduzcamos ni un solo bocado más?

Por supuesto, y desgraciadamente, ésta primera batalla no es la última que hemos de librar, pues, seguidamente, nos topamos con la obligación de dar afecto a quienes nos ordenan que tenemos que dar afecto. 

¿A quién no le ha pedido alguna vez su padre o su madre que le diese un abrazo, una sonrisa o un beso a un ser conocido o incluso desconocido?

No es poco común que a un niño o una niña se le pida que muestre cariño y afecto hacia ciertas personas, so pena de recibir represalias o insultos. 

Y es que a la criatura que es muy besucona, se la percibe como empática, cariñosa, tierna, agradable; se le sonríe, se le hacen carantoñas, bromas, cosquillas... A la criatura que es más distante, se le suele llamar sosa, antipática, e incluso se le llega a hacer menos caso cuando pide afecto ("¿Ahora sí quieres un besito? Pues ya no te lo doy") e incluso se le regaña si no cede a la petición de dar un beso o un abrazo ("Pues si no le das un beso al yayo, te quedas sin golosinas").

Con esto, una vez más, nos indican que no somos dueños y dueñas de nuestro cuerpo y de nuestras decisiones, y nos enseñan que hemos de someternos ante el chantaje y los deseos de otras personas. Dar afecto, se convierte en un deber, más que en un gusto propio. 

Por algo, según indica un estudio, obligar a dar besos, abrazos, caricias... hace a los niños y a las niñas más vulnerables al abuso sexual.

Este tipo de sometimientos se ve más reforzado, en mi opinión, en las niñas, quienes son menos dueñas de sus cuerpos, cuando, por ejemplo, llevan ropa que les limitan los movimientos, se les permite adueñarse de una menor proporción de terreno, se les agujerean las orejas para que lleven pendientes o se les enseña que deben estar guapas para otras personas. 

Así, chicos y chicas entran en la adolescencia habiendo aprendido que deben agradar al resto y dejarse arrastrar por las decisiones de las demás personas, de tal manera que lo que en su día supuso para un chico el no jugar a las muñecas para que no se rían de él, a estas edades conlleva el iniciarse en la toma de drogas para no quedar mal; y más adelante, en la explotación por parte de una empresa que se aprovecha de su carencia de un permiso por paternidad que debería ser obligatorio o en la sumisión a un Gobierno que decide si debe realizar o no el servicio militar. Y lo que en su momento supuso para una chica el procurar ser bonita, en estos momentos implica esconder su menstruación, no acostarse con muchos hombres (o sí hacerlo con quien le dicen, para no quedar como una frígida histérica), callar una violación o caer en la anorexia ya que de su peso dependerá que sea o no sea agradable a la vista de otras personas; y más adelante, soportar los malos tratos de un personal médico durante el parto.

Y así, poco a poco, con ese "no pienses en ti y agrada al resto", en ese "tu cuerpo no te pertenece y sobre él no tienes ni poder ni decisión", nos topamos con la maltratada Anastasia en 50 sombras de Grey, que, como toda mujer que cree estar siendo amada a causa del mito del amor romántico, se adentra en el más puro control y sometimiento bajo la excusa de está teniendo una relación sadomasoquista; nos encontramos con chicos y chicas que piensan que las chicas debe complacer a sus parejas; e incluso a chicos que han sido violados por haber optado por complacer a sus novias cuando solo ellas tenían ganas de sexo, pero no lo perciben como tal.

La semilla que pone las condiciones para condicionar a varones y mujeres a que se dejen maltratar o abusar, es el constante mensaje que se les inculca desde su más tierna infancia sobre que su cuerpo no les pertenece y que está sujeto a la decisión, al uso y al disfrute de quienes se hallan a su alrededor.

Así pues, como ciudadanos y ciudadanas en general, y como padres y madres en particular, la premisa base para evitar este tipo de cosas es la de darnos cuenta que las criaturas no son objetos de nuestra propiedad, sino que son seres humanos que se pertenecen única y exclusivamente a sí mismos.

Solo cuando comprendamos esto, podremos darles de comer enseñándoles que es algo bueno para su cuerpo y no para sentirnos bien; que no son muñecos y muñecas que deben llevar pendientes, lazos y otros atuendos solo para agradar nuestra vista; que no son futuros cuerpos desechables que han de dar su vida por la nuestra propia en una guerra; ni trozos de carne que se usan y tiran a nuestro antojo para nuestro propio placer.

Desde luego, motivos por los cuales una persona calla y tolera un abuso o un maltrato, no faltan; y en otro momento haré un texto explicando algunos. Pero esto de lo que he hablado en esta entrada es, en mi opinión y sin duda, la causa principal de toda sumisión.

Desgraciadamente, vivimos en una sociedad en la que se enseña a las mujeres a no ser acosadas por la calle, en lugar de a los varones a no acosar; que quien sufre y se queja, es débil o tiene un trastorno mental; que la persona violada se lo merece por no gritar lo suficiente; y que aquel o aquella que padece malos tratos, se lo busca por permanecer con quien le agrede.

Mas lo que nos debe quedar claro es que si alguien nos maltrata o nos viola, no es nuestra culpa, sino de esa persona; si alguien nos chantajea o amenaza, no nos lo merecemos; si alguien cree que tiene derecho sobre nuestro cuerpo, lo cierto es que no es así

Por ello, cada vez que nos hallemos ante un o una imbécil que se cree que nuestro ser puede ser utilizado a su antojo, no dudemos en gritar que:

Mi cuerpo es mío y se respeta;
sobre él prima mi decisión.
No es ni tuyo, ni del Estado, ni de una secta;
y cuando digo no, es no.

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