lunes, 18 de junio de 2012

La princesa y el campesino.

Había una vez una joven pareja que estaba muy enamorada. Ella era una princesa que vivía en un precioso castillo, al cuidado de su padre y su madre. Él era un pobre campesino que vivía a las afueras de la villa. Y su amor lo mantenían en secreto, pues estaba mal visto que las personas de diferentes clases sociales se juntasen.

La princesa, ya cansada un día de tener que verse a escondidas con su amor, pidió a su padre que le permitiese organizar un concurso por el cual el ganador podría casarse con ella. Su padre accedió y ella dictaminó que para superar la prueba, el pretendiente tendría que pasar seis meses bajo su balcón, soportando las calurosas mañanas, las frías noches, tiempos de hambre, etc. 

El rey y la reina accedieron, y antes de que se llegase cuaquier otro pretendiente, la princesa corrió a contarle la noticia a su amado para que él se presentase el primero, y una vez que finalizase la prueba, podrían estar juntos de una vez por todas sin tener que esconder su amor. Así, de paso, ella sabría si él la amaba de verdad.

Así pues, el campesino se presentó.

Uno a uno fueron transcurriendo los días. A veces llovía, y el campesino, que acababa mojándose mucho, cogía un resfriado. Otras veces hacía tanto calor que al pobre hombre casi le daba una insolación. Pero nada parecía debilitar ni sus fuerzas ni sus ganas de que llegase al fin el sexto mes.

La princesa, por su parte, todas las mañanas se levantaba temprano para comprobar que su amado seguía ahí, bajo su balcón, y felizmente contemplaba que así era. Pero una mañana, a falta de dos días para que el campesino superase la prueba, por desgracia para la princesa, éste se había marchado. 

Ella se lloró y lloró, y se enfureció mucho.

-¡Será idiota! -gritaba entre sollozos-. ¡Sólo quedaban dos días!

Y, del enfando que le dio, dio su prueba por inacabada y decidió que jamás volvería a verle.

Pasaron las semanas, hasta que un día la princesa se presentó en la casa del campesino para pedirle explicaciones.

-¡Sólo te quedaban dos días! -exclamó ella al verle-. ¿Por qué te marchaste? ¿Tan poco me quieres que no puedes pasar seis meses completos bajo mi balcón? Si me amases de verdad, no te habrías marchado.

-Te amo mucho -respondió el campesino-. De verdad. Pero si tú me amases a mí, nunca habrías ocultado nuestra relación a tu padre y a tu madre, sino que les hubieses rogado que te dejasen estar conmigo. Y si me amases, no hubieses dado por inacabada mi prueba y me habrías perdonado esos dos días. 

Y así fue cómo esperando el campesino y la princesa que su pareja hiciese lo que deseaban que hiciese, venció el orgullo. Así fue cómo el deber venció al amor.

Porque para saber si nos aman no hay que esperar que la otra persona haga tal o cual cosa que nosotros/as queremos que hagan. Para saber si nos aman, no hay que poner reglas que la otra pesona debe cumplir. Y para demostrar que amamos, no tenemos que pasar pruebas de fuego.

Para amar, no hay que quedarse con la persona amada todos los días, a su lado, sin separarse, y decidiendo no ver a los/as amigos/as o a los/as familiares. Para amar, no hay que regalar un ramo de rosas todas las mañanas. Para amar, no hay que ir a recoger todas las tardes a nuestra pareja en la Universidad.

Para saber que nos aman, no hemos de esperar que pasen seis meses bajo nuestro balcón, ni a que nos perdonen los dos días que nos faltaron para superar el concurso.

Para amar y ser amado/a, tan sólo hay que respetar la vida (en todos sus sentidos) y las libres decisiones de las personas con quienes convivimos (decisiones libres, sanas y respetuosas, dado que la libertad no es lo mismo que el libertinaje: la libertad implica que haya una cierta responsabilidad. No puede tolerarse la libre decisión de una persona a dañar a otra) .

En el amor no hay un "yo debo...", sino un "yo quiero...".
Y sobre todo, no hay un "te quiero", sino un "te amo".


Como dijo el gestáltico Frizt Perls:

Yo soy yo y tú eres tú.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas,
y tú no estás en este mundo para cumplir las mías.

Tú eres tú y yo soy yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos
y coincidimos, es hermoso.
Si no, pocas cosas tenemos que hacer juntos.

Tú eres tú y yo soy yo. 
Existe una falta de amor a mí mismo 
cuando en el intento de complacerte me traiciono a mí mismo.
Existe una falta de amor a ti
cuando intento que seas como yo quiero,
en vez de aceptarte como realmente eres.

Tú eres tú y yo soy yo.

martes, 12 de junio de 2012

Vídeo sobre violencia obstétrica.

Les paso un vídeo sobre violencia obstétrica, creado por la humorista feminista Malena Pichot.



Este vídeo, aunque me parece muy bueno, tiene un aspecto negativo: hay un momento, a partir del minuto 2:30, cuando está en la clase de relajación, Malena comenta que quiere tener un parto natural, y la otra madre dice que ella preferiría que la duerman y le entreguen al niño planchadito y lavadito, a lo cual Malena responde: "Está muy mal lo que estás diciendo". 

Vamos a ver... El cuerpo de la mujer es de cada mujer en particular. Eso quiere decir que es sólo la mujer que gesta y pare quien decide cómo dará a luz, y nadie, dado que es su cuerpo, debería juzgar si está bien o está mal que su parto sea natural o que le pongan oxitocina.

Es cierto que la otra mujer también hace mal al comentar que es un horror querer un parto natural, y ese punto tiene como fortaleza la crítica a las personas que juzgan a quienes quieren un parto de este tipo. No obstante, eso, a mi parecer, no debería implicar el critircar otras formas de dar a luz. 
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