"El Estado ha convertido tradicionalmente a la familia nuclear, formada por la pareja heterosexual e hijos y en la que tiene preponderancia el varón, cabeza de familia, en el pincipio y modelo del orden social. En Occidente, el derecho de familia y las leyes que regulan el estado civil de las personas, apoyados en la ideología de la Iglesia, han sustentado este tipo de familia como la única posible o la única legítima, la natural, transmitiendo de este modo los valores patriarcales. Como esta familia sigue siendo la más numerosa y constituye el ideal para el patriacado, se no ssigue educando en los roles tradicionales en los que se fundamenta este tipo de familia.
Presentándose como una unidad armoniosa y moral frete a otras formas de familia, se encubren en ella prácticas milenarias de control y sometimiento de la mujer y se oculta la existencia de otro tipo de familias (monoparentales, homoparentales, unipersonales, etc). El mito de la familia nuclear como unmodelo natural y un ideal de felicidad impone la división sexual del trabajo como una división legítima, y las ideas de masculinidad y feminidad equivalentes a superioridad a inferioridad como lo natural. Del mismo modo, la consideración de este modelo de familia como el normativo o natural presupone la heterosexualidad, tanto en el ideal de feminidad como en el de masculinidad.
En una sociedad en la que se da todavía la clara división sexual del trabajo propia del patriarcado, la niña pronto identifica en la familia (en la propia o en la presentada como ideal por los mass media) las tareas relativas al trabajo doméstico con la mujer, no sólo el cuidado de los niños, sino limpiar, cocinar, etc; así se lo enseñan además en los cuentos e historias que le leen y cuentan, en las películas, en los juguetes, etc. Al mismo tiempo, aunque esto está cambiando, el niño aprende el rol de padre como el sostén económico de la familia, como el que sale fuera de casa y se relaciona con otras tareas que no tienen nada que ver con las domésticas, ni con el hogar ni con el cuidado de los hijos. Niños y niñas están interiorizando la distinta posición de la madre y el padre en el núcleo familiar, identificando el espacio doméstico con la madre y el público con el padre. A la vez perciben también desde muy tmprano la diferente valoración social que tienen uno y otra en la escuela, en la televisión, etc. Desde muy pronto interiorizan como lo normal y lo natural la desigual posición de hombres y mujeres.
En la familia se da la primera socialización del género. Estudios llevados a cabo sobre el aprendizaje en los tres primeros años de vida concluyen que se estimula más físicamente a las niñas se las acaricia y se les habla más. Desde muy tierna edad los niños suelen estar sujetos a un trato más brusco, con menos contacto físico, y las niñas a un trato más delicado y afectivo. También se potencia en los niños más autonomía, más movilidad física y desarrollo cognitivo, mientras en las niñas se inhiben ciertos movimientos, se favorece la dependencia y el ser en función de otros (gustar a otros, cuidar de otros). Se la peina y arregla con esmero, se la acaricia y mima, se le ríen los gestos de coquetería: "¡Qué guapa, qué mona, qué rica!", se dirá a menudo de sus actiudes y comportamientos. A una niña, además, se le deja más estar pegada a las faldas de su madre, que llore, que tenga miedo, mientras que a un niño no se le permite, no se le tolera, o no se le refuerza, ni la coquetería ni la ternura, ni la expresión de sus sentimientos, pero se le permite y refuerza la agresividad: "Los niños no se miran tanto al espejo, los niños no lloran, son valientes, se defienden", oirán a menudo. Estas actitudes de los adultos consiguen que a edades muy tempranas el niño ya muestre menos sus emociones que la niña, se mire menos a un espejo, busque menos guarecerse en los mayores y se arriesgue más.
Desde muy pronto la niña aprende que hay que seducir, que hay que gustar al varón. Esto es lo que se le transmite que es ser femenina. En cambio, elniño ha de conquistar (a ella y al mundo) con su acción. Ser masculino se presenta como ser capaz para la acción, el ejercicio de la violencia. A medida que unas y otros van creciendo, los juegos y juguetes que se les ofrecen refuerzan estos estereotipos sexuales: muñecos, cocinitas, cunas y carritos de bebés para las niñas; balones, pistolas, coches y garajes para los niños. Sólo tenemos que reparar en la famosa "Barbie", ideal de feminidad (guapa, delgada, seductora, débil... Un objeto para gustar), o en los "Action-man", ideal de masculinidad (agresivo, valiente, arriesgado, bruto, fuerte... Un sujeto que actúa). Además, ahora, estos modelos de masculinidad y feminidad aparecen de forma muy explícita en los videojuegos de consolas y ordenadores.
A veces consideramos que los niños o las niñas eligen sus juguetes por tendencias naturales, cuando es el medio social el que interviene poderosamente en sus tempranas inclinaciones y preferencias y, a partir de ellas, aprenden cualidades que les definirán y diferenciarán. La muñeca, por ejemplo, es para la niña su modelo y su doble, pero es también su bebé: con ella aprende a cuidar, a ser madre. Jugar con el muñeco fomenta la relación afectiva y el uso del lenguaje para comunicar emociones, pero ni es cierto que todas la sniñas elijan espontáneamente (naturalmente) los muñecos entre otros jugetes, ni que no lo haga ningún niño. Podremos no reñir a los niños por querer jugar con muñecos, pero rara vez los alentamos a que lo hagan. Tal vez la total ausencia de respuesta (positiva) le haga saber al niño que está hacienod algo que los varones "no deben" hacer.
Los juegos y deportes empiezan a separar a niños y niñas, lo que no expresa más que la separación sexual que existe en los modelos de la vida adulta: los primeros juegan juntos en los jeugos que se consideran propios de niños y excluyen de ellos a las niñas. El caso del fútbol es interesante como juego que excluye a las niñas porque se considera propio de niños. A veces se insiste en la natural predilección de los niños por correr detrás de la pelota, como se hace con la de las niñas por muñecos. En los partidos de fútbol los jugadores son hombres y los espectadores en su mayuoría también; jugar al fútbol es algo que hacen los padres y refuerzan en sus hijos y no en las hijas; la identificación con algún esquipo es algo tan importante para algunos padres que les lleva a regalar a edades tempranas a sus hijos la camiseta u otros símbolos de ese equipo, lo cual hace esperar que esta inclinación por el fútbol sea frecuente en los niños y no en las niñas. El niño se identifica con ciertos juegos y deportes porque se le presentan como masculinos y excluyen de ellos a las niñas precisamente por eso.
Los niños, a través de juegos y deportes, van a empezar su relación con otros niños y su identificación con lo maculino. Se preparan para la vida pública de un varón adulto. Juegan a ser hombre, ser masculino y viril en la sociedad sexista en la que se encuentran; a ocupar un espacio y a ser capaces de afirmarse en él. La competitividad, agresividad, rivalidad, el movimiento expansivo y la conquista que desarrollan los niños mediante juegos y deportes y alentados por los adultos, son cualidades necesarias para la afirmación de sí mismos y para la acción, por lo que serían también deseables en el desarrollo de las niñas y de su autonomía.
A la niña, sin embargo, se le siguen coartando los movimientos bruscos, expansivos, competitivos. Por la principal limitación, anterior a cualquier aprendizaje explícito y que proviene de épocas que ni siquiera conocemos, se refiere a la postura, al simple hecho de estar en el espacio. La postura cómoda de estar sostenida y plantada en la tierra con las piernas abiertas (de pie o sentada) que da seguridad y confianza al cuerpo, en la capacidad de agarrarnos al mundo, no se le ha permitido a la mujer desde antaño y se sigue socializando a la niña inhibiendo ese poder de ocupar un espacio con seguridad. Las niñas, desde que empiezan a andar, van interiorizando una forma de hacerlo, incorporando posturas bien vistas socialemente e inhibiendo posturas mal vistas. Esta limitación del movimiento se agrava además por la forma de vestirlas, con ropas suaves, bonitas y valiosas pero incómodas, que limitan su libertad y su autonomía. El vestido amplio podría servir a la libertad de movimientos, pero tendrá que cuidar de no ensuciarlo ni arrugarlo, de que no se le suba o ahueque demasiado para que no se le vean las bragas. Con esta limitación de posturas y movimientos la niña pierde confianza en su cuerpo, lo cual es perder la confianza en sí misma, lo que más tarde se manifestará en timidez, inseguridad, baja autoestima y dependencia. Esta limitación se mantendrá en la madurez con prácticas como el uso de tacones, faldas estrechas, bolsos que ocupan sus manos, etc.
Los juegos colectivos o en solitario de las niñas, los que socialmente se consideran propios de niñas, las conducen a la interiorización y el mundo privado. La niña aprende a cuidar, a responsabilizarse de otros, a proteger al débil, gestándose en ella sentimientos de compasión, comprensión, ternura, sacrificio; aprende a anteponer el cuidado de otros a sus logros personales, renunciando progresivamente a su yo individual. En la medida en que socialmente se atribuye este cuidado de otros únicamente y casi de forma exclusiva y necesaria, la niña va interiorizando que su vida sólo tiene sentido en función de otros, desarrolla una responsabilidad hacie los demás que la conducen en muchos casos al olvido de sí y a la dependencia. Así, este cuidado del otro, que en principio es deseable como actitud, tanto para niños como para niñas, si va acompañado de un olvido de sí, supone para la niña un alejamiento de la autonomía y de la libertad personal necesarias para llevar a cabo proyectos de vida propios, no ajenos.
El concepto de feminidad que niñas y niños siguen asumiendo desde la primera infancia en la familia y en sus primeros contactos con otros iguales es el acuñado por la cultura patriarcal y que se transmite en forma de estereotipos como debilidad, pasividad, dependencia, sensibilidad, complacencia a las expectativas masculinas. Del mismo modo, el concepto de masculinidad que asumen como el natural es el polarizado al de feminidad que se entiende como fuerza, acción, independencia, agresividad, superioridad, poder. Ambos conceptos se complementan fomentando la jerarquía de poder del patriarcado. Tanto los niños como las niñas interiorizan desde muy temprano que lo masculino es mejor y superior a lo femenino. Para ellas esto supone una baja valoración de sí mismas y un desarrollo no para la libertad sino para la dependencia, que repercutirá en su autoconcepto y autoaceptación; pero para ellos, no sólo provoca una contención de sus emociones, sino que genera un temor irracional a lo femenino. Si los niños meustran miedo, ternura, si expresan sus sentimientos, el medio social les hace creer que son femeninos o afeminados. También se les inhibe la expresividad de sí mismos a través de una identificación temprana de la coquetería con afeminamiento y de la limitación de algunos de sus movimientos. Ciertos movimientos considerados femeninos (la danza, el baile, etc) se aprueban y estimulan en las niñas, mientras que se reprueban e inhiben en los niños. Ser femenino o afeminado se presenta como ser "no hombre" pero, como además la sociedad enseña a infravalorar lo femenino, significa ser menos. Esto conduce a un alejamiento de todo lo considerado femenino por miedo.
Por consiguiente, las expectativas y exigencias del mundo adulto no son iguales para los niños que para las niñas, generando, fomentando y reforzando continuamente comportamientos diferenciales, que van configurando los roles de género opuestos y contrastantes propios del patriarcado. Inconscientemente, madres y padres transmiten con sus actitudes los estereotipos extendidos en su sociedad, fomentando comportamientos que se ajustan a un determinado rol de género. Estas expectativas diferenciales de la familia hacia niños y niñas se imponen como mandatos de género y se van interiorizando desde tan temprano que generan formas de ser y de actuar aparentemente naturales. Después, otros agentes de socialización harán el resto mediante un refuerzo poderoso de comportamientos y actitudes".
Fuente:
Herranz Gómez, Y. (2006). Igualdad bajo sospecha: El poder transformador de la educación. NARCEA: Madrid.
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