sábado, 12 de enero de 2013

La educación sexista a raíz de las interpretaciones. O sobre cómo el sexismo llama al sexismo.


Hay ocasiones en las que los chicos y las chicas, o determinados chicos y determinadas chicas, muestran comportamientos idénticos, pero sin embargo las personas de su alrededor tienden a interpretar los hechos de un modo diferente, lo que lleva posteriormente a tomar, además, medidas y decisiones también distintas. Y eso, indudablemente, conforma un mecanismo más por el cual se acaba llevando a cabo una educación sexista.

Ejemplo 1:

Ana y Cristian tenían tres años cuando les conocí, e iban a la misma clase de parvulitos. A veces, tanto él como ella, lloraban, y lo hacían más o menos con la misma frecuencia. Dada su corta edad, es normal que de llorasen, pero su maestra no daba el mismo valor ni la misma importancia al llanto del uno como de la otra.

Cuando lloraba Cristian, ella interpretaba que estaba enfadado, mientras que cuando era Ana quien lo hacía, la maestra interpretaba el llanto como una muestra de tristeza o sufrimiento. Y la diferente interpretación, por supuesto, llevaba a que la reacción de la maestra también fuese distinta frente llanto de Ana y el de Cristian. Cuando lo hacía Cristian, exclamaba: “¡Ya está llorando otra vez este niño! ¡Pero qué pesado y qué manipulador! A ver, dime, ¿por qué te enfadas ahora?”, y le regañaba o seguidamente le hacía el vacío. Sin embargo, cuando lo hacía Ana, ella exclamaba: “¡Oh, pobrecita! A ver, cariño mío, ven aquí. ¿Por qué lloras? ¿Estás triste? ¿Te has hecho pupa?”, y procuraba consolarla o ayudarla con su problema.

Además, la actitud de esta maestra no sólo abarcaba a más niños y niñas, sino que lo que era sorprendente: también podía observarse la creencia de que Ana y Cristian lloraban por razones o intenciones diferentes en otras maestras.

Esto muestra un ejemplo de cómo cuando un niño y una niña actúan igual, las diferencias que se observan no son reales, sino añadidas por nuestras propias creencias e interpretaciones (lo cual, probablemente, pueda explicar que en ocasiones un estereotipo se aplica a ambos sexos. Por ejemplo, yo he escuchado que “las niñas lloran más porque son más sensibles”, que “los niños lloran más porque son más manipuladores” y que “las niñas son más manipuladoras porque son más débiles físicamente”.  ¿En qué quedamos?).

Lo que está claro es que los niños y las niñas son, simplemente, niños y niñas, y como tales que son, lloran. Saber por qué lloran y cómo actuamos ante su llanto, sólo depende de quienes cuidamos de ellos/as; y lo más sensato y humano, a mi parecer, es siempre sensibilizarse ante sus llantos, escucharles, permanecer a su lado y no tratarles como idiotas, lloricas, plastas o controladores/as.



Ejemplo 2:

Javier y Elena son dos personas que pertenecen a familias diferentes, pero coinciden en una cosa: sus hijos tienen un ritmo y un estilo de aprendizaje diferente que el de la mayoría de sus compañeros y compañeras de clase, por lo que les cuesta un poco más estudiar.

Tanto él como ella se sientan todas las tardes y todas las noches con sus hijos para ayudarles con los deberes y avanzar en la materia, porque no quieren que se pierdan en clase. Así pues, como se preocupan, apenas les dejan tiempo para jugar y les tienen trabajando todo el tiempo que pueden.

Con ello han conseguido que sus hijos vayan por delante del resto de su clase, pero hacen que acaben siempre muy agotados y cansados por no disponer apenas tiempo para divertirse.

En la escuela, los maestros y las maestras conocen la actitud de Javier y de Elena, pero sobre cada uno comentan una cosa diferente: sobre él dicen que es demasiado estricto, que se pasa muchísimo y que piensa que debería dejar a su hijo un poco más de espacio para jugar; y sobre ella, hablan muy bien, están muy contentos/as y la ven como una súper madre dedicada y preocupadísima por su hijo.

Como consecuencia, al final acaban regañando a Javier y pidiéndole que, por favor, baje el ritmo y la presión, que deje que su hijo salga a jugar con otros chicos y otras chicas del barrio o que le apunte a pintura, pues le gusta mucho. A Elena, por el contrario, la aplauden, le dan las gracias, la sonríen, la animan a que siga así, le dicen que su hijo va genial en la escuela y que les ha caído un ángel del cielo con ella.

Al final, Javier ha cedido, además de que ya no se ve a sí mismo como un padre dedicado, sino casi como un ogro, y su hijo, aunque ha bajado un poco en su rendimiento escolar, ya no se muestra tan agobiado y está aprendiendo a dibujar, además de haber hecho un grupo de amigos/as. El hijo de Elena, por el contrario, aunque académicamente hablando va mejor que el hijo de Javier, cada vez ve más alargado el tiempo de estudio en casa, se siente muy agobiado y no disfruta ninguna tarde.

Y es que ocurre que como nos meten en la cabeza que los hombres son más brutos e insensibles, y las mujeres, más tiernas, en ocasiones se acaba interpretando que cuando un padre y una madre presentan dureza e inflexibilidad ante sus hijos/as, el padre lo hace por autoridad, y la madre por amor, esfuerzo y dedicación, tras lo cual muchos padres acaban cediendo al completo y dejando toda la tarea a sus parejas, “porque ellas lo hacen mejor”.


Ejemplo 3: 

Manuel y Estrella son una pareja que tiene una hija. Tanto él como ella trabajan fuera del hogar, por desgracia y a causa del sistema capitalista en el que vivimos, muchas horas, y tanto él como ella, cuando llegan a casa, ocupan por igual todo el tiempo que pueden en cuidar y atender a su hija.

Sin embargo, los vecinos y las vecinas no hablan igual de Estrella y de Manuel. Sobre ella caen muchos reproches y muchos comentarios negativos: “Tanto trabajar, tanto trabajar… ¿Por qué no te dedicas más a tu hija? ¡Vergüenza debería darte! ¡Seguro que ni diste la teta!”. Y en definitiva, todo el mundo la ve como una madre egoísta y despreocupada.

Pero, ¡ay cuando se trata de Manuel! Sobre él… ¡Sobre él todo son maravillas! “¡Es un padrazo! ¡Cómo me gustaría tener un hombre como él al lado! ¡Qué grandes esfuerzos hace el pobre por estar con su hija cuando llega del trabajo!”.

Es decir, la gente está tan acostumbrada a que los varones tiendan a no implicarse en la crianza de los hijos y las hijas, que cuando mueven un simple dedo, todo el mundo le da aplausos y sonrisas, como si se hubiesen tomado una excedencia o hubiesen reducido su jornada. 

Por el contrario, de la madre que no se pasa 24 horas durante 365 días al año junto a su niño o su niña, hasta que cumple los 200 años, queda casi como una especie de terrorista que busca que la criatura acabe en las drogas y en el alcohol.

Obviamente, no voy a negar que lo apropiado sería que tanto padres como madres se implicasen en la crianza con tiempo y calidad; pero me parece descabellado que se vea como un padrazo a un hombre que rechazó el permiso por paternidad con la excusa de que “mi hijo/a es asunto de mi pareja” y que simplemente lleva a su hijo/a al parque los domingos, o que se le eche la bronca, en lugar de al sistema, a una mujer por tratar de sobrevivir y vivir en el mundo (por cierto, ¿nadie se da cuenta de que en nuestra sociedad, trabajar fuera del hogar implica también una preocupación por los hijos y las hijas, pues el dinero no sale de debajo de las piedras?).

Y es que esta interpretación también lleva a que los varones se esfuercen menos en la crianza que las mujeres, y a que ellas se sientan más presionadas, en tanto que ellos con poco que hagan ya son la crème de la crème, y ellas unas completas ineptas que deben alcanzar, a toda costa, el modelo de la madre perfecta.


Ejemplo 4: 

Mario y Sara pertenecen al mismo grupo de amigos y amigas, y tanto a él como a ella les gusta mucho comer. Cuando se sientan en la mesa, aunque la comida que hay en ella sea para todo el mundo, tanto él como ella tienden a comer más y en las mismas proporciones.

Un día, el grupo de amigos y amigas se enfada con Sara. 

-Ey, Sara, ¡que la comida es para todo el mundo, no sólo para ti! -le dicen-. Tienes que procurar relajarte un poco más y no comer con tanta ansia. Tranquilízate y deja que el resto siga su ritmo y pueda comer igual que tú.

-Es cierto -responde ella-. Y lo mismo deberíamos decir de Mario-. Él también se pasa un poco...

-¡Ay, Sara! Es que él es un chico. Él necesita comer más.

Pues sí, señores y señoras, alguna vez me he topado con esta situación en alguna cena con amigos y amigas. Una amiga y un amigo comían más que el resto del grupo, con más velocidad, y a veces quienes vamos más despacito, nos quedábamos sin probar bocado de algún plato. ¿Y a quién echaron la bronca? A ella, porque se interpretaba que ella era la que comía con más ansia, cuando ligeramente comía siempre menos que él. Así pues, ella tuvo que acabar controlándose en las comidas mientras que él seguía dejándonos sin trozo algúno a los/as demás. Después de una circunstancia similar, seguramente alguien, al vernos, acabaría deduciendo, equivocadamente, "que las chicas comen menos que los chicos y por lo tanto a ellas hay que prepararles platos con menos cantidad de comida".

En conclusión, podemos afirmar que en numerosas ocasiones no sólo es la tendencia a reproducir los estereotipos lo que nos lleva a proporcionar una educación diferente a niños y a niñas, y por consiguiente, a generar las diferencias, sino que los mitos también nos llevan a ver diferencias allí donde no las hay, lo cual, nos hace generar actitudes diferentes. Es decir, a raíz de la neutralidad, también damos lugar al sexismo. Por ello se puede decir que el sexismo llama al sexismo.

4 comentarios:

Rowina dijo...

¿Recordás aquella vez que me quejé de un camarero que solo dio a tomar vino a mi marido cuando marché de cena con él? Recuerdo que un tipo me llamó borracha en el post. ¿Si toma mi marido está bueno pero si lo tomo yo soy ebria? Cómo es la cosa?

Besiños!!

Enrique dijo...

Es cierto, Rowina. No había caído en ese ejemplo: cuando un hombre y una mujer beben, fuman, dicen palabrotas, eruptan, se peen o esucupen, en ella se ve peor.

Saludos.

Anónimo dijo...

Moralista.

Enrique dijo...

Gracias, Anónimo/a, por tu gran aportación. En mi vida he visto un argumento tan sólido, tan trabajado, tan bien pensado y que refuta todo cuanto he dicho.

De verdad, me has convencido. Gracias por tu valioso punto de vista y por enseñarme tan fantástico manejo del lenguaje. Seguramente han debido de educarte muy bien.

Saludos.

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