martes, 5 de noviembre de 2013

Mito masculinista 2: Las mujeres ni proveen, ni trabajan para los varones.

Es bastante típico, al adentrarse en conversaciones entre masculinistas por la red, leer cosas como que las mujeres son todas unas brujas que se han dedicado históricamente a aprovecharse de los pobrecitos varones, quedándose en casa sin hacer nada, mientras que ellos morían trabajando fuera del hogar y sintiendo presión por tener que ejercer el papel de estúpidos proveedores que malgastan su tiempo trabajando para ellas.

Las creencias que tratan de transmitir con esto son básicamente tres: 

1-   Que las mujeres nunca han sido ni son proveedoras.

2-  Que las mujeres nunca han trabajado para sus compañeros del sexo masculino.

3-  Que no podemos hablar de un patriarcado en tanto que ellos han sido todos, ¡todos!, unos santurrones engañados para pasarse la vida manteniendo a las mujeres, las cuales son todas, ¡todas!, malas malísimas y unas aprovechadas.

Y esto lo hacen con dos intenciones:

1- Tratar de transmitir la idea de que ellos son los oprimidos por tener la posibilidad de asegurarse un sustento propio (atención, defensores y defensoras de los animales: ¡no os equivoquéis, que las leonas encarceladas y oprimidas en los zoológicos y los circos son mucho más libres que las que se encuentran en la sabana porque no corren el riesgo de cansarse tras la gacela!).

2- Fomentar que todas las mujeres son unas perversas que nunca han hecho ningún esfuerzo por los hombres, quienes sí lo han dado todo por ellas. Es decir: pretenden darle la vuelta a la tortilla que el feminismo ha creado, argumentando que los varones han sido igual o incluso más oprimidos que las mujeres.

La verdad, entiendo que hayan arraigado este mito en su movimiento, en tanto que el masculinismo ha surgido a raíz del feminismo, y hay muchas y muchos feministas que transmiten este mismo mito de la mujer como no-proveedora, al mostrar cómo a través de una educación sexista se ha fomentado la división de roles, aunque con la ventaja de que ni ponen a las mujeres como brujas, ni argumentan que el trabajo doméstico no es un trabajo.

Sin embargo, tengamos las cosas claras:

1- Históricamente ha habido mujeres proveedoras.

2- Las mujeres sí han trabajado para los varones.

3- Muchos varones no han sido proveedores porque hayan sido unos santos preocupados por las mujeres, sino por propio orgullo y para dar a conocer un cierto estatus social.

Vayamos por partes.

A lo largo de la historia, ha habido más gente pobre que gente rica; y lo que es indudable es que una familia formada por un varón y una mujer de baja clase social no puede permitirse, ni en sus sueños, la división varón proveedor – mujer no proveedora. En una familia en la que el varón tiene un trabajo que no da para llegar a fin de mes, o que por lo menos requiere el aporte de toda la familia para que ésta no quede estancada, colocar a la mujer en el exclusivo papel de ama de casa es un suicidio.

Por este motivo, a pesar del sexismo transmitido generación tras generación, siempre ha habido campesinas, nodrizas, hilanderas, taberneras, trabajadoras de fábrica, tahoneras, parteras, mujeres soldado, institutrices, mineras, celestinas, alfareras… que ejercían el rol de co-proveedoras (denomino como co-proveedora a aquella gente que provee en cooperación con una o más personas, y no por sí sola). Y en ocasiones, incluso, se procuraban el sustento sin colaborar con un esposo, trabajando como prostitutas, sacerdotisas o amas de llave, entre otras profesiones.


Mujeres trabajando en una fábrica británica de obuses durante la I Guerra Mundial


La nodriza, de Mattia Preti (1630-1699)
"La nodriza", de Mattia Preti


"Las espigadoras", de Jean-François Millet
"Las hilanderas", de Velázquez

Por lo tanto, no puede afirmarse que no haya habido mujeres proveedoras.

De hecho, aunque la Iglesia Católica, a través de la Biblia, transmitió que las mujeres debían dedicarse al hogar y al servicio del marido, al mismo tiempo hablaba de su trabajo como proveedora y productora para la sociedad, en el Poema acróstico de la mujer perfecta:

"Una mujer perfecta, ¿quién la encontrará?
Vale mucho más que las perlas.

Confía en ella el corazón de su marido, 

y no cesa de tener ganancia.

Ella le procura el bien, y no el mal, 

todos los días de su vida.

Busca lana y lino,
y trabaja con su mano ágil.

Es como una nave mercante,
que de lejano trae sus víveres.

Se levanta cuando todavía es de noche,
y distribuye la comida a su casa,
y las tareas a sus siervas.

Desea un campo y lo compra,
con el fruto de sus manos planta una viña.

Ciñe sus lomos de fortaleza,
y emplea la fuerza de sus brazos.

Constata que su industria prospera,
su lámpara no se apaga por la noche.

Echa mano a la rueca,
y sus dedos giran el huso.

Tiende su brazo al desgraciado,
y alarga la mano al indigente.

No teme la nieve para su casa,
porque toda su familia lleva doble vestido.

Ella se hace cobertores,
lino fino y púrpura la visten.

En las puertas de la ciudad, su marido es estimado,
cuando se sienta con los ancianos del país.

Teje telas de lino y las vende,
y procura cinturones a los mercaderes.

Se reviste de fortaleza y de gracia,
y mira gozosa el porvenir.

Abre su boca con sabiduría,
y en su lengua hay una doctrina de bondad.

Vigila la marcha de su casa,
y no come el pan de la ociosidad.

Sus hijos se levantan, para proclamarla bienaventurada,
su marido, para hacer su elogio:

"Muchas hijas se han mostrado virtuosas,
pero tú superas a todas".

Engañosa es la gracia, vana la belleza,
la mujer que teme a Yavé, ésa debe ser alabada.

Dadle del fruto de sus manos,
y que, en las puertas de la ciudad, 

sus obras proclamen su alabanza".
(Proverbios 31, 10-31).

Una cosa es lo que se transmite socialmente y otra cosa bien distinta es lo que la situación socio-económica y/o familiar permite. Tal y como podemos observar en la película francesa Un feliz acontecimiento, la cual está basada en un hecho real, por mucho que una mujer haya sido educada en una familia feminista que fomenta el estudio, si mañana tiene un hijo o una hija con un marido que pasa olímpicamente de colaborar con los asuntos domésticos y de crianza, difícilmente podrá cursar un doctorado al mismo tiempo que cuida de la criatura. Y si no se dispone de tiempo suficiente como para ver la película, o si se prefiere, recomiendo esta entrada de Mamisepa, en la cual explica por qué muchas mujeres acaban en el hogar, tras haber estudiado en la Universidad o tras haber empezado a labrarse una vida profesional, y por qué triunfan los machistas, más allá de la razón masculinista de que todas quieren aprovecharse de los hombres.

Y si a esto le añadimos que a veces, según el interés del Estado, se ha fomentado más el trabajo doméstico para las mujeres y en otras ocasiones se las ha mandado a trabajar, como durante la II Guerra Mundial, llegar a pensar cosas equivocadas es fácil. Y no solo lo han hecho mediante campañas publicitarias, también a la fuerza: por ejemplo, en países asiáticos como Japón, las hubo que fueron obligadas a ejercer la prostitución para los soldados.



Campaña estadounidense para fomentar el trabajo femenino durante la II Guerra Mundial


Lo que ocurre, claro está, es que lo masculino ha sido y es la vara que mide todas las cosas. Son los varones quienes siempre han decidido qué era o no era un trabajo; qué era o no era importante; y eso ha llevado a que todo cuanto una mujer hiciese, no tuviese valor alguno. De ahí que ni se visibiliza el trabajo extra-doméstico que las mujeres han realizado a lo largo de la historia, ni se reconocen las aportaciones que múltiples mujeres han proporcionado a los varones (como reconocimiento social, al traer hijos e hijas hasta su propia muerte; o la posibilidad de pasar a la historia, como Cristobal Colón), ni se valoran las labores del hogar (lo que somete a las mujeres a una doble jornada), de tal modo que los cuidados, la limpieza, la organización de la economía doméstica, etc, se tomen, no como un auténtico trabajo que contribuye a facilitar la vida (laboral) a los varones, sino como un deber insignificante para cualquier machista y una tomadura de pelo para los masculinistas, que no son otra cosa más que neo-machistas.

De este modo, observamos que las mujeres sí han trabajado para los hombres.

En cuanto al tercer punto, el de que muchos varones no han sido proveedores porque hayan sido unos santos preocupados por las mujeres, sino por propio orgullo y para dar a conocer un cierto estatus social, un claro ejemplo está en cómo muchas veces se ha prohibido trabajar a las mujeres, ya no simplemente por ley o norma social, sino que también por orden directa de los maridos.

Por ejemplo, la espectacular Hipatia de Alejandría tuvo que abstenerse de mantener matrimonio porque de hacerlo tendría que haber abandonado su puesto de docente y directora de la Biblioteca de Alejandría, para mantenerse al cuidado y las órdenes de su esposo. Y en España, durante el franquismo, para que una mujer pudiese trabajar, requería la firma y aceptación del marido… ¡y muchos se oponían a dejar a sus esposas trabajar porque entonces quedarían como unos calzonazos! Es decir, el que ellos trabajasen mientras ellas se quedaban en el hogar, en contadas ocasiones no dependía de ellas, "que eran unas brujas perversas que querían aprovecharse de los pobres estúpidos varones que tan amablemente accedían a mantenerlas". ¡No! En ocasiones eran ellos quienes se negaban a que ellas pudiesen emprender para tenerlas atadas y bien atadas, y mantener su ego en la cima. O lo que es lo mismo: no era proteger a una dama lo que buscaban, porque de haberlo pretendido habrían accedido al deseo de las mujeres. Lo que querían era tener reconocimiento social, prestigio y orgullo; es decir: en realidad muchos proveían, en los casos en los que sí se ha producido una división de roles, tan solo para sí mismos.

Y esto es algo que puede divisarse fácilmente, sobre todo, entre los mismísimos masculinistas. No son pocos los que, tras el divorcio, comunican abiertamente que ellas, tan brujas y pícaras como son, les han robado lo que les pertenecía (¿no se supone que estaban formando una pareja, que hacían un equipo y que todo era de todo era de él y de ella porque cada cual tenía sus quehaceres?, ¿será que muchos masculinistas no son más que resabiados que tan solo querían una chacha estúpida y gratuita que se abriese de piernas cuando ellos quisiesen, pero que se han dado un golpe en las narices al descubrir que las muy maléficas mujeres algún día pueden dejar de amarles y, por tanto, de servirles?); o que llegan a argumentar, ¡sorprendentemente!, que pobrecitos ellos porque tienen que matarse a trabajar para alimentar a los hijos y las hijas… ¡de ellas! Sí, sí, así lo dicen: los hijos y las hijas de sus mujeres. Porque para muchos de ellos, las criaturas no se tienen entre dos. No, ¡qué va! Se han tragado el cuento de muchas de las actuales feministas de las diferencia (o neo-feministas), y se han pensado que los y las bebés nacen por una generación espontánea surgida en el vientre materno… y ellas son tan brujas, tan malas, tan satánicas, que tienen la inteligente y perversa idea de seducirles y engañarles para que gasten parte de sus recursos económicos en alimentar a unas criaturas de cuyo nacimiento, para opinión de muchos de ellos, no tienen ninguna culpa ni responsabilidad.

Vamos, que además de misóginos, son misándricos que nos dejan a los varones como idiotas de una única neurona hallada en el pene.


En fin, queda mostrado que las mujeres han trabajado y trabajan para los hombres, además de que en contadas ocasiones han ejercido y ejercen el papel de proveedoras o co-proveedoras. Otra cosa es que el papel de las amas de casa, las prostitutas y las que se ven obligadas a trabajar en negro o con un contrato de media jornada a pesar de trabajar la jornada laboral completa, queden estigmatizadas o invisibilizadas.


No en vano existe un dicho popular que reza que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Como por ejemplo esos casos de laboriosas mujeres que no han sido ni registradas ni contabilizadas como trabajadoras porque legalmente solo ellos son tenidos en cuenta en el sector agrícola o como los dueños de la tierra, como ocurre en América Latina y como acontecía hasta hace poco en España.

Desde luego, así, no me extraña que les salgan las cuentas a los masculinistas. Si no se contabilizan las tareas del hogar, la gestación, el parto, dar el pecho, la crianza, la economía sumergida, la prostitución, la producción de óvulos cuales cobayas de laboratorio para empresas de fertilización, el trabajo en el campo… y otras tantas tareas, no es de extrañar que en las estadísticas se vean mermados los porcentajes de mujeres proveedoras, explotadas y fallecidas a lo largo de la historia por cuestiones de trabajo.

Y por favor, no me vengáis con que estas cosas que he nombrado no son un trabajo, que el problema estriba en que se ha considerado como no-trabajo todo aquello que una mujer hace para su pareja y sus hijos e hijas; pero en el momento en el que esas mismas labores han sido tomadas por varones y/o llevadas a a cabo fuera del hogar, como el magisterio impartido por docentes, la puericultura llevada a cabo por preceptores o el amamantamiento realizado por nodrizas, bien que se han remunerado, entendiéndose, de paso, que esas labores "de mujeres e insignificantes", contribuían al beneficio y bienestar social.

Entonces, como conclusión, a ver si conseguimos aparcar ese dicho popular y logramos comenzar a visibilizar a las grandes mujeres, sin eclipsarlas al colocarlas detrás de ellos.



4 comentarios:

mamisepa dijo...

Es curioso, Enrique: por un lado dicen que las "tareas del hogar" son insignificantes, que no es para tanto, etc. Pero luego, en cuanto les mencionas la posibilidad de hacer huelga de tareas domésticas, les saltan todos los resortes. ¿Pero no era que era poca cosa? ¿Pero no era que las mujeres estaban todo el día mirando la tele y pintándose las uñas? Y en ese caso, ¿qué diferencia hay entre una mujer que sí "trabaja" (en el hogar) y una que no? Si la huelga de brazos caídos es una catástrofe para alguien, ese alguien tendrá que empezar por admitir que las amas de casa trabajan muchísimas horas, y que ese trabajo es importantísimo. En fin, otra de sus contradicciones...

Un saludo.

Enrique dijo...

Es lógico, Mamisepa. Aunque masculinistas como Daniel Martínez argumenten que el máximo esfuerzo que desempeñan las amas de casa consiste exclusivamente en cambiar DVD's a sus hijos e hijas, en el fondo saben que gracias a las tareas domésticas que ellas realizan, los varones mejoran en muchos aspectos de su vida, desde la salud hasta en el puesto de trabajo.

Además, si el trabajo doméstico se valorizase, tendrían que admitir que muchas mujeres realizan una doble jornada que implica desempeñar determinadas labores que carecen completamente de descanso, derechos y remuneración.

Saludos.

Anónimo dijo...

pero de que esta hablando hembrista filofeminazi de mierda asqueroso? los masculinistas decimos que las tareas del hogar son insignificantes por que lo son( comparadas con trabajos cientificos o juridicos o de medicina etc... lo son cualquiera los puede hacer hasta un discapacitado mental) y nadie dice dentro del masculinismo que la mujer esta para servirle al hombre pero el hombre tampoco esta ni para servirle ni para hacerle venias o venerar a las mujeres. se les trata como iguales si nos agreden de alguna forma tenemos derecho a responder por muy mujeres que sean. quieren igualdad? eso es igualdad. entendio o no pudo entender pedazo de vomito infecto? y borreme el comentario escoria que yo le pienso denunciar su blog por discriminacion a los varones( eso tambien es discriminacion por genero por si no lo sabia sarnoso)

Enrique dijo...

"Los masculinistas decimos que las tareas del hogar son insignificantes porque lo son".

Jajajajajajajaja. ¡Por la diosa Ishtaaaaar! Jajajajajajaja.

Insignificantes dice el tío. Jooooder. Madre mía. A ti te hace falta estar solo un par de semanitas de amo de casa y ponerte desde bien de madrugada a levantar a las criaturas, vestirles, llevarles a la escuela, hacer la compra, hacer las camas, barrer, fregar, poner la lavadora, tender, planchar, lavar los platos, hacer la comida, recoger a los niños o las niñas del colegio, recoger la mesa una vez que hayas comido, lavar los platos, ordenar la casa, colocar en su sitio la ropa seca, llevar a las criaturas a hacer las actividades extra-escolares, llevarles de nuevo a casa, atender a tu pareja que vuelve de trabajar, poner la cena, recoger de nuevo la mesa, lavar más platos, acostar a los niños y las niñas...

Todo esto tú solito, mientras el resto de la gente que convive contigo se rasca sus partes, contribuyes al PIB de un país y te dicen que lo que haces no es nada.

Y además de machirulo, atentando contra la gente de diversidad funcional.

En fin, que te falta mucha escuela a ti. Y una buena rutina de Vladimir: ya sabes, una paja y a dormir. Que se te nota un poco histérico.

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