jueves, 6 de marzo de 2014

En clase... ¿educas o adoctrinas?

Antes de comenzar a explicar la siguiente entrada, os propongo un ejercicio. A continuación voy a poner dos imágenes. Una de ellas es de un aula llena de niños y niñas con una maestra. La otra muestra un ejército. Vuestra tarea consiste en encontrar las diferencias. ¿Os parece? Pues allá vamos:

 

¿Alguna diferencia? Sí, es cierto: el aula es mixta, mientras que en la imagen de al lado solo hay varones. Así pues, incluiré ésta otra, para solventar esa distinción:


Bueno, ahora decidme. ¿Qué diferencia hay entre la fotografía de las chicas y los chicos en clase y la de los varones y las mujeres en el ejército?

Ah, sí, en el aula hay niños y niñas; en el ejército no. En la clase hay mesas; en la imagen de los ejércitos no. Las criaturas están entre cuatro paredes; los y las soldados están al aire libre. Los niños y las niñas tienen un folio al frente; en las fotografías de los ejércitos se ven armas.

Vale, vale. Está bien. Haré la pregunta de otro modo: ¿no veis alguna similitud entre un aula y un ejército? ¿Sí? ¿No? ¿Y qué me decís de la formación? Sí, sí, la formación:


   Formación: Ejército

¿Se entiende ahora a dónde quiero ir a parar? ¿Veis ahora por donde van los tiros de lo que quiero mostrar?

En efecto, la formación de las aulas es equiparable a la de un ejército: las criatura se encuentran sentadas en fila, más o menos juntas entre sí, mirando hacia una misma dirección y siendo dirigidas por un o una docente, cual general de un ejército.

Siempre he detestado que las aulas adopten esa formación, pues propicia más el condicionamiento, el adoctrinamiento, que la educación. La profesora o el profesor dicta lo que hay que aprender y el alumnado lo engulle todo durante el año académico hasta que al finalizar el curso surge una masa homogénea con la cabeza llena de lo que otra persona le ha metido a la fuerza (usando premios y castigos). Quien asimila la doctrina, aprueba; quien no, suspende. Quien es capaz de tragarse el cuento más rápidamente que el resto, se dice que tiene superdotación; a quien le cuesta seguir el ritmo de condicionamiento, se dice que padece un retraso o no vale más que para mula de carga.

De esta forma, poco a poco, a medida que los niños y las niñas crecen, se van construyendo diferentes ejércitos. El ejército de peones que tan solo tiene la educación secundaria (o carece de ella) y que soportarán toda la carga de los mandos superiores; el ejército de la Formación Profesional, constituido por aquellos y aquellas a quienes se les adoctrina en el fordismo y que realizarán, sin pensar y como si fuesen robots, trabajos más cualificados; y el ejército de comandantes que gracias a sus estudios universitarios guiarán a los ejércitos inferiores, y que mientras se creen los dueños y las dueñas del universo, no son más que otra pieza más de las élites adineradas.

Odio ese tipo de formación del aula. Con ella, los alumnos y las alumnas se dan la espalda, es imposible realizar trabajos en equipo, no cabe la posibilidad para el desempeño del diálogo y del debate, crea un clima de rigidez que se traduce en inflexibilidad mental y establece una jerarquía de poder entre el o la docente y los o las discentes.

En mi opinión, las mesas de la clase deberían trazar una U o un círculo, y nunca habrían de estar ancladas al suelo, para que haya libertad de movimiento.


Un aula formada de esta manera, similar a la que se adopta en cualquier asamblea de participación popular, en reuniones de amigos y amigas o de vecinos y vecinas, en Juntas del Profesorado, en el Consejo Escolar... permite sobreponer la colaboración del grupo ante el ambiente competitivo, da lugar al diálogo cara a cara, fomenta el debate, la reflexión y la ayuda mutua, crea un clima más flexible y favorece la educación ante el adoctrinamiento.

Por supuesto, esto también implica un cambio en la actitud del profesorado. El maestro o la maestra debe verse como un o una guía y como una persona más integrada en el grupo; tiene que tratar de buscar la participación de la clase; lanzar preguntas y fomentar el pensamiento crítico y auto-crítico; ha de acercarse a sus educandos y verse como una persona igual, y no superior; tiene que favorecer la construcción de conocimiento en común y no la simple asimilación del mismo.

Si queremos mejorar la educación, tenemos que empezar a darnos cuenta no solo de cómo está formado el sistema educativo y de la manera de ejercer la docencia que tiene el profesorado. También tenemos que empezar a ver cuál es el clima que se respira en las aulas... para poder darles un nuevo toque más cálido, más acogedor, más sentimental, más reflexivo... más humano.

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