domingo, 17 de julio de 2011

Enseñar a equivocarse.

Vivimos en un mundo en el que por todas partes tratan de meternos en la cabeza que tenemos que ser total y absolutamente perfectos/as. En el mundo actual, las imperfecciones no se toleran. "Si tienes un poco peso de más, ponte a dieta urgentemente", anuncian en la televisión. "Si no te gusta tu pecho, hazte una operación". "Si tienes arrugas, usa esta crema". "Si te equivocas en el ejercicio, te pongo un negativo". En resumen: si no eres perfecto/a, no vales para nada y tenemos que moldearte.

Lo peor de todo es que nos introducen de este modo en una frustración constante y sin fin, pues no existe la perfección. Siempre pueden sacarse fallos en cualquier rincón. El mundo actual es un mundo que saca defectos y problemas en cada rincón y en cada esquina, y luego, hipócritamente, se acerca a nosotros/as con una aureola de santo en la cabeza, diciendo tener la solución a todos los problemas. ¿Y todo para qué? Para que no pensemos en otra cosa... y para que tengamos miedo.

Todo esto únicamente nos lleva, bajo mi punto de vista, a una cosa: al miedo al fracaso. Miedo a no ser aceptados/as socialmente; miedo a no superar un examen; miedo a que equivocarnos y que se rían de nosotros/as; miedo a nosotros/as mismos/as. Y a causa de este miedo nos entregamos ciegamente a ese mundo: nos entregamos a que cambien nuestra forma de pensar en un gabinete psicológico, a que cambien nuestro cuerpo en una sala de operaciones, a que sean otros/as quienes dicten lo que hemos de hacer (ya que "nosotros/as sí fallamos, mientras que esas personas son perfectas"). 

No estoy tratando de decir que no deberíamos ponernos metas, pero sí que al menos no deberíamos detenernos en ese punto. Deberíamos no tener miedo de nuestros fracasos, pues no hay podios sin derrotas. Hay mucha gente, pienso, que si no llega a lograr ciertas cosas que se propone, no es porque no tenga cualidades para ello, sino porque no superan sus fracasos, porque desisten ante los primeros obstáculos que se les cruza en el camino.

Dice Augusto Curry en su libro Padres brillantes, maestros fascinantes: "La sociedad nos prepara para los días de gloria, pero son los días de frustración los que dan sentido a esa gloria".

Pero hemos aquí la solución: la educación. Mas... ¿una educación para la perfección? No. Todo lo contrario: una educación para aceptar los errores, las imperfecciones, los problemas... Una educación basada en el error.

Hoy día, hay padres, madres y docentes, que cuando detectan fallos en sus hijos/as y alumnos/as, se los resuelven o les castigan. "Aquí te has equivocado, corrígelo". "Esto no me gusta, queda muy feo. Tienes que hacerlo así...". "Eso no está bien... ¿Por qué? Porque lo digo yo". "Has escrito esta palabra mal. Tienes que escribirla bien cien veces".

Creo que deberíamos hacer pensar sobre los errores, porque solamente pensando sobre los problemas podemos entenderlos y buscar soluciones por nosotros/as mismos/as, sin esperar que sean otras personas quienes lo hagan todo. Porque nosotros/as no solo somos lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos... También somos lo que no hacemos, lo que no decimos, lo que no pensamos... Lo que acertamos y lo que fallamos. Los fallos, los errores, son parte de nosotros/as. Tenemos que tener tendencia a mejorar, pero no a obsesionarnos con las imperfecciones, simplemente porque la imperfección va ligada a nuestro cuerpo y a nuestra psique, pues somos seres incompletos, inacabados e imperfectos.

Y para eso, en la escuela y en casa, en vez de ir corrigiendo constantemente y castigando los fallos, creo que deberíamos hacer pensar a niños y niñas dónde se han equivocado y qué solución le darían. Y sobretodo, enseñarles a ser persistentes, a no estancarse, a afrontar la vida. 

Hay que tener dos cosas muy claras: 

1- Tarde o temprano, pues a veces nos cuesta y caemos veinte veces con la misma piedra, de los errores se aprende.

2- Vencido/a no es quien cae, sino quien no se levanta.

Si yo quisiese construir una sociedad perfecta (cosa que no quiero que ocurra nunca, y que, afortunadamente, nunca sucederá), en vez de castigar los errores, los permitiría, y pondría una única condición: que cada fallo fuese siempre nuevo.

Si introducimos en los niños y las niñas la semilla para aprender de sus errores, aunque al principio acabemos llorando, aunque acabemos frustrándonos al pensar que no hemos hecho nada bien porque al inicio se equivocarán, estoy seguro de que tarde o temprano la semilla germinará y dará sus frutos.

Recuerdo una parábola que contó Jesús de Nazaret, que explica muy bien cómo a veces, para ver cambios y mejorías, tenemos que esperar con sabia paciencia, porque tarde o temprano se aprende de los errores y se hace uno/a mejor persona:

"Un hombre tenia dos hijos y el más joven de ellos dijo al padre: 

-Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.

Y él les repartió la hacienda.

No muchos días después, el más joven reunió todas las cosas y se marchó a una región lejana. Allí disipó su hacienda, viviendo pródigamente. Cuando lo gastó todo sobrevino un hambre grande en aquella región y el empezó a tener necesidad. Fue y se acercó a cierto ciudadano de aquella región que lo envió a sus tierras para apacentar puercos. Y deseaba llenar su estomago con las algarrobas que comían los puercos pero nadie se las daba.

Entonces, entrando dentro de si, decía: "¡A cuantos jornaleros de mi padre les sobra el pan, y yo aquí muero de hambre. Me levantaré iré a mi padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros".

Se levantó y fue a su padre.

Todavía estaba lejos, cuando lo vio su padre, que se conmovió, corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo dijo: 

-Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. 

Pero el padre dijo a sus criados: 

-Traed enseguida la mejor túnica y ponédsela. Dadle un anillo para su mano, y unas sandalias para los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, comamos y alegrémonos. Porque este hijo mío había muerto y ha resucitado; se había perdido y ha sido encontrado. 

Y comenzaron a comer con alegría".

Fuente: La Biblia (Lc: 15, 11-32).

6 comentarios:

Arlette dijo...

Qué razón tienes! Cuántas veces "no es suficiente", cuántos castigos, cuántas reprimendas... y luego llegas a adulto y todo da miedo... y te sigues equivocando!! Y te siguen machacando... Yo a estas alturas creo que lo que más he aprendido es que tengo derecho a equivocarme porque es la mejor manera de aprender... Y como dices, a seguir levantándome después de cada derrota, que además, debo definir yo, no mi entorno...
Un gran placer la relectura del hijo pródigo...
Un saludo! :)

Euphorbia-bcn.blogspot.com dijo...

Brillante entrada Enrique. Me encantó.
Cuánto daño hace el perfeccionismo que paraliza cualquier acción; hay quien no hace algo por miedo a no hacerlo suficientemente bien y no nos damos cuenta de que lo que más enseña es el error.
Hay que intentar evitar pensar "qué mal lo he hecho" sino pensar "mañana lo haré mejor".
Un beso

mamisepa dijo...

Tienes razón: Hoy en día nos venden una "solución" para cada "defecto". Y es increíble la cantidad de defectos que llegamos a tener todos. Y no nos damos cuenta que lo que pasa es que la perfección no existe. Aunque, yo que soy perfeccionista (en algunas cosas, en otras no), creo que ser perfeccionista es bueno en parte, no hay que obsesionarse y en algún momento hay que decir "bueno, esto así ya está suficientemente bien". Pero ser perfeccionista a veces significa prevenir futuros errores: simplemente tú te los planteas y pones trabas para que no ocurran (y áun así, siempre ocurrirá alguno que no habías tenido en cuenta). Quiero decir que, aun sabiendo que la perfección no existe y que no la vas a lograr, a veces está bien intentar perseguirla, porque entonces lo que haces está "bastante bien".

Saludos

Arlette dijo...

:)
Te he dejado un mini premio en mi blog!
Es el primero que recibo y no sé si los he repartido correctamente, pero bueno... Me acordé de ti!

http://mesientotrabajadorasocial.blogspot.com/2011/07/me-han-dado-un-premio.html

Enrique dijo...

Muchas gracias, Ariette. Enseguida me paso a recogerlo, pero no haré la entrada hasta pasados unos días.

Un abrazo.

Isamonalisa dijo...

Efectivamente de los errores se aprende, es bueno equivocarse de vez en cuando, te ayuda a mantener los pies en la realidad. Y es cuando más cosas se aprenden.

El problema actual de nuestra sociedad es ese, que las personas cada vez toleramos menos equivocarnos y soportamos peor la frustración que ello conlleva.

Decididamente nos queda mucho por aprender.

Besos!!

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