jueves, 26 de enero de 2012

La mujer sabia y la cuchara.

Vivimos en un Sistema Educativo en el cual se nos enseña que lo importante no es tanto el aprendizaje mismo, el deseo por saber, como la obtención de una serie de calificaciones y certificados. A causa de esto, los y las estudiantes suelen acabar perdiendo esa hermosa y fascinante motivación por el conocimiento que desarrollamos desde pequeños/as, para, lamentablemente, acabar centrándonos única y exclusivamente en si hemos aprobado o no una asignatura. Y esto se observa cuando los y las discentes optan por entregar trabajos mal elaborados, con información copiada directamente y sin leer desde la web, o cuando hacen trampas para obtener la mejor nota posible, sin haber desarrollado ninguna capacidad y sin haber aprendido nada en todo el curso (también podemos observarlo en la vida personal de algunas personas: Hay gente que hace todo cuanto puede para ligar con alguien y cuando ya son pareja, se relaja totalmente y parece olvidarse de ella. Es decir, que parece ser que lo importante para esas personas es ganar a su pareja como quien gana un trofeo, y no tanto el disfrutar junto a ella).

No voy a negar que el producto final en los estudios y en nuestra vida es importante. Pero bajo mi punto de vista, de nada sirve si llegamos al final sin haber disfrutado del viaje, sin haber contemplado los bellos caminos y paisajes por los que hemos transitado a lo largo del camino. Y eso es algo que nos enseña este cuento (lo leí en alguna parte, pero no sé dónde. Así que no pondré fuente y lo recrearé con mis propias palabras):

Habíase una vez un hombre que deseaba conocer el secreto de la felicidad. Un día se enteró que a lo alto de las montañas de un lugar no muy lejano a su pueblo, habitaba en un palacio una mujer muy sabia que, según decían, conocía cuál era el secreto de la felicidad.

Ilusionado, el hombre partió hacia aquel palacio para hablar con aquella mujer. Cuando llegó, llamó a la puerta y la mujer salió en su encuentro.

-¿Qué desea? -le preguntó.

-Buenas, señora. Discúlpeme las molestias, pero he oído que conoce el secreto de la felicidad y, si no le importa, me gustaría hablar con usted un momento para que me enseñe tal secreto.

La mujer, con una sonrisa, le hizo pasar a su palacio. Por dentro parecía un auténtico museo. Estaba lleno de pinturas, esculturas y objetos bellísimos y de gran valor.

-Para poder conocer el secreto de la felicidad, señor, primero deberá recorrer mi palacio. Pero, antes de hacerlo, tenga aquí una cuchara llena de aceite. Este aceite es muy importante para mí, así que, por favor, procure no derramarlo. Le esperaré aquí en la entrada.

El hombre recorrió la instancia con la mirada siempre fija en la cuchara para que no se derramase el aceite que ésta contenía. 

-Estoy seguro -se dijo en murmullos- de que si se cae el aceite no me dirá el secreto de la felicidad, así que tengo que tener mucho cuidado de que no se caiga.

Cuando terminó de recorrer el palacio, se dirigió a la entrada. Como había dicho, la mujer estaba allí esperándolo.

-Hola de nuevo, buen hombre -dijo ella-. ¿Qué te ha parecido mi palacio? ¿Te han gustado los cuadros y los utensilios que lo decoran?

El hombre, avergonzado, dijo despacio:

-Lo siento, señora, pero estaba tan pendiente de que no se derramase el aceite, que no he contemplado nada de lo que hay en su hogar.

-Pues lo siento mucho, señor, pero para poder contarle el secreto de la felicidad deberá conocer mi casa. No puedo mostrarle una parte de mi conocimiento si primero no conoce mi casa.

Aún con la cuchara en la mano, el hombre recorrió de nuevo el palacio, pero esta vez fijándose en cada cuadro, en cada objeto, en cada escultura, en cada detalle. Y entonces descubrió que el palacio era mucho más hermoso de lo que había pensado al principio; además de que aprendió mucho al contemplarlo.

Llegó de nuevo a la entrada de palacio, donde estaba, al igual que antes, la mujer esperándolo. La mujer se fijó en la cuchara que sostenía el hombre y le preguntó:

-¿Dónde está el aceite? ¡No queda una sola gota en la cuchara!

-¡Lo siento mucho! -exclamó él, avergonzado-. He estado tan pendiente de todo cuanto hay en su palacio que me olvidé del aceite.

La mujer sonrió.

-Ahora puedes conocer el secreto de la felicidad: Hay que tratar de no olvidar derramar el aceite de la cuchara (nuestra meta), sin perdernos la belleza que contiene el palacio (todo aquello que nos muestra y ofrece el camino).

1 comentario:

Arlette dijo...

Hola, Enrique!

La verdad es que la "titulitis" es un gran mal estos días... incluso los que valoramos el camino, el aprendizaje y los que disfrutamos estudiando y aprendiendo, nos vemos invadidos por el miedo a no poder justificar de alguna manera todo lo que sabemos a la hora de buscar trabajo, en las relaciones sociales...

Pero seguimos trabajando en ello! :)
Un saludo!

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