Por lo general, los manuales de texto tienden a hablar de "proceso de enseñanza-aprendizaje" a la hora de hablar del proceso por el cual el o la docente (quien sabe) enseña a otra persona (que no sabe y debe poner su esfuerzo en aprender) para que adquiera una serie de conocimientos, capacidades, destrezas, actitudes, hábitos, valores, etcétera.
Cuando se habla de proceso de enseñanza-aprendizaje, la norma queda clara: quien enseña, sabe sobre la materia, además de que sabe y quiere enseñar; y quien aprende debe seguir el ritmo de quien le enseña, pudiéndose darse tanto el caso de que quiera aprender, como que no quiera.
Cuando se habla de proceso de enseñanza-aprendizaje, la norma queda clara: quien enseña, sabe sobre la materia, además de que sabe y quiere enseñar; y quien aprende debe seguir el ritmo de quien le enseña, pudiéndose darse tanto el caso de que quiera aprender, como que no quiera.
Quien enseña, en este caso, se centra en su enseñanza, en los métodos de enseñanza. Él o ella sabe enseñar y quien no aprende es porque o no puede o no quiere.
Más en concreto: enseña, además, una cantidad fija de contenidos a fin de perseguir unos objetivos. Trata de enseñar, si cabe, lo máximo posible en el menor tiempo posible; y como se supone que enseña bien, entonces, a quien puede seguir el ritmo se le considera como "normal", y a quien no, como idiota o vago/a.
Porque, asimismo, no olviemos que "quien sabe de la materia sabe enseñarla", y en los casos más avanzados, "quizá no siempre que se conoce sobre la materia se sabe enseñarla, pero queda claro que quien quiere enseñar conoce o buscará información sobre métodos de enseñanza, de tal modo que enseñará bien".
Si hay algún fallo en ese proceso de enseñanza-aprendizaje, la culpa recae sobre el o la aprendiz; y si acaso la tiene el o la docente, es porque no conoce métodos de enseñanza.
Resumiendo: bajo esta idea, la importancia recae en la enseñanza en sí misma; el profesorado debe centrarse en los métodos de enseñanza, en función de si son más o menos eficaces. El aprendizaje queda a cargo del alumnado y la enseñanza es llevada a cabo por el profesorado, quien introduce, literalmente, el conocimiento en la mente de sus discentes y lo saca empleando exámenes.
Ahora bien, mi filosofía es bastante contraria...
Antes que de proceso de enseñanza-aprendizaje, prefiero hablar de proceso de aprendizaje-enseñanza.
La importancia no reside en conocer métodos de enseñanza, sino formas de aprendizaje, o lo que es lo mismo: cómo aprende quien aprende.
Yo, como docente, he de buscar el objetivo fundamental de que el alumno o la alumna aprenda, y solo en la medida en que consigo que aprenda, entonces puedo decir que estoy enseñando. Si el educando no aprende, no existe la enseñanza en el proceso que estoy llevando a cabo.
Por lo tanto, el alumnado no deberá adaptarse tanto a mi ritmo, sino que más bien yo deberé adaptarme a sus conocimientos previos, a sus ideas previas, a sus necesidades, a sus motivaciones (no se trata de que mi metodología de enseñanza motive, sino que yo averigüe cuáles son las motivaciones de mis chicos y chicas, y procurar que mi metodología no haga decaer su motivación durante su aprendizaje).
La intención no debe ser que yo enseñe lo máximo posible en un tiempo determinado, trayendo consigo la idea de que quien no aprende es porque no quiere o porque no puede... Se trata, más bien, de que yo logre que aprendan lo que puedan y quieran aprender, y si yo no soy capaz de lograr que aprendan aun queriendo y pudiendo aprender ellos y ellas, entonces el idiota o vago soy yo.
Y por último, no se trata de creerme un dios omnipotente que todo lo sabe y todo lo puede, mientras que el alumnado es una tabla rasa, sino que se trata de pensar que los y las discentes vienen al aula con conocimientos que interferirán en el modo y en la perspectiva con la que aprenden, así como que mi práctica educativa se renovará día a día con el aprendizaje que yo hago a través de la experiencia. Es decir, que quien enseña, aprende, y quien aprende, a su vez enseña. O lo que es lo mismo: que el profesorado no introduce a golpes de martillo el conocimiento en la mente del alumnado, sino que el conocimiento es construido por ambas partes, poniendo cada cual su grano de arena, durante el proceso.
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