domingo, 17 de abril de 2011

Los gestos "masculinos" y los gestos "femeninos" también son aprendidos.

Al nacer una criatura, lo primero que todos preguntamos es su sexo. En los primeros días de su vida, la diferencia puede parecer puramente anatómica; pero a medida que el niño crece, comienza a comportarse como varón o como mujer. Existe una controversia respecto a hasta qué punto ese comportamiento se debe a razones biológicas o se aprende. Algunas feministas insisten en que todas las diferencias de comportamiento son aprendidas y que, dejando de lado las obvias discrepancias fisiológicas, las mujeres y los hombres son iguales. Otras personas opinan que los hombres son hombres y que las mujeres son mujeres, y que por razones biológicas ambos sexos son, se comportan e incluso se mueven de manera totalmente distinta. Los especialistas en cinesis han aportado bastantes datos que parecen apoyar a las feministas.

Desde el momento en que nace un bebé, le hacemos saber de mil maneras sutiles y no verbales, que es un niño o una niña. La mayoría de las personas sostiene en brazos a las niñas y a los niños de forma diferente. En nuestra sociedad aun a muy tierna edad, los niños suelen estar sujetos a un trato más brusco. 

Cada vez que un niño actúa en la forma que concuerda con nuestras convicciones sobre cómo debe proceder un varón, reforzamos su comportamiento. Ese refuerzo puede ser algo tan sutil como la inflexión del tono de la voz o una fugaz expresión de aprobación en el rostro; también puede ser verbal y muy concreto (indulgentemente: <<Así deben hacer los niños…>>). Y naturalmente recompensamos a las niñas cuando muestran rasgos femeninos. Podremos no reñir a los niños por querer jugar a las muñecas, pero rara vez los alentamos a que lo hagan. Tal vez la total ausencia de respuesta –la falta de vibraciones positivas- le haga saber al niño que está haciendo algo que los varones no deben hacer.

Es cierto que en algún nivel subliminal también recompensamos o no recompensamos comportamientos más sutiles, ya que en determinado punto de su desarrollo los niños comienzan a moverse y desenvolverse como varones, y las niñas como mujeres. Esas maneras de moverse son más aprendidas que innatas y varían de una cultura a otra. Por citar sólo un ejemplo, los ademanes de muñecas sueltas, que para nosotros son femeninos, o en un hombre, afeminados, se consideran naturales en muchos países del Medio Oriente como manera de mover las manos hombres y mujeres.

Es muy poco lo que se sabe hasta ahora sobre cómo aprenden los niños los indicadores de sexo, o de la edad en que comienzan a hacer uso de ellos. Hay indicios de que en el Sur de los Estados Unidos los asimilan alrededor de los cuatro años y algo más tarde en el Noreste. Por lo tanto, parece que la edad en que se aprenden varía incluso entre las diferentes subculturas regionales.

[…]

En 1935, la antropóloga Mararet Mead señaló por primera vez en su libro Sex and Temperament in Three Primitive Societies (1) que muchos de nuestros supuestos sobre la masculinidad o femeneidad provienen de la cultura. Dentro de un perímetro de tan sólo cien millas, la doctora Mead encontró tres tribus muy diferentes: en una de ellas, ambos sexos eran bravíos y agresivos; en otra, ambos eran dulces y maternales, y en una tercera, eran los hombres los que eran chismosos, se rizaban el pelo e iban de compras, mientras que las mujeres eran enérgicas, prácticas y no se adornaban. La doctora Mead cree que efectivamente existen diferencias sexuales, pero que esas tendencias básicas pueden ser arrolladas por un aprendizaje. Señala que <<la cultura humana puede impartir patrones de conducta consecuentes o no consecuentes con el individuo>>.

El antropólogo Ray Birdwhistell se refiere a Sex and Temperament como <<uno de los trabajos más importantes que han hecho en antropología>>. Si no produjo cambios duraderos en nuestra manera de pensar acerca de lo que es femenino y masculino, dice, ha sido porque resultó demasiado alarmante para aquellas personas que creen –y la mayoría continúa haciéndolo- que los aspectos sexuales de la persona son todo cuestión de hormonas.

El profesor Birdwhistell es el padre de esta nueva ciencia llamada cinesis. Su trabajo sobre los indicadores de sexo ha demostrado que los movimientos corporales masculinos y femeninos no están programados por la biología sino por la cultura, y se aprenden en la niñez.

(1) Sexo y Temperamento en Tres Sociedades Primitivas (recomiendo este libro enfáticamente).

Fuente: Davis, Flora (2005). La comunicación no verbal. Madrid: Alianza editorial.

2 comentarios:

Euphorbia dijo...

Sabes una cosa, yo hace un tiempo hubiese dudado de que eso fuera realmente cierto. Yo me esforcé para que el niño tuviera su muñeca pero apenas conseguí que le hiciera caso, en principio no tenía estímulos exteriores porque no fue a la guardería hasta los 2 años pero si le enseñabas un coche se volvía loco mientras la muñeca la pisoteaba y ni se inmutaba. Pero luego descubrí que le chiflaban las 2 ó 3 de sus sobrinas mayores que se habían quedado abandonadas en casa de los abuelos, la verdad es que eran más vistosas, pero el abuelo no se las dejaba porque el único nieto varón, ¿cómo iba a jugar con muñecas? Por suerte en casa de los abuelos no había cocinita abandonada y en eso no se pudo meter el yayo.
Ya ves qué historias.
Un saludo
Gemma

Anónimo dijo...

Es que cada uno es diferente.Juguetes hay muchos y puede que te gusten las muñecas y los coches, los coches y las pistolas , las pistolas y las cocinitas ...para gustos los colores.

Eso sí los peques en seguida entienden lo que es la presión social.

Kxll

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